Comentario IV domingo del tiempo de cuaresma, Ciclo "A"
YO soy la Luz del mundo; quien me sigue no andarás en tinieblas sino que tendrá la Luz de la Vida” (Jn. 8,12). El bautizado ha recibido la “LUZ DE CRISTO”; por eso es un “iluminado” por la Gracias de Dios y capacitado para ver “más allá de las cosas terrenas” por la Fe en el Resucitado.
En la primera lectura de hoy se nos narra la elección de David, el más pequeño de los hijos de Jesé. El profeta Samuel se imagina que el elegido debe ser el mayor y más fuerte pero El Señor lo corrige: “No te fijes en las apariencia pues Dios mira el corazón”. David era el más pequeño e insignificante a los “ojos humanos” pero a los “ojos de Dios” era el elegido pues tenía un “corazón” como el de Dios. Era un “Buen pastor” (Salmo 23)
En el evangelio aparece Jesús curando a un “ciego de nacimiento”; le devuelve la vista física para que alcance por la FE la “visión espiritual”. A pesar de la evidencia, los sacerdotes y escribas se niegan a creer; a ellos se les puede aplicar el refrán: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Desprecian al pobre ciego acusándole de estar empotrado de pecado desde su nacimiento por haberles dicho la VERDAD y lo expulsan de la sinagoga pero Jesús luego se lo encuentra y le pide un testimonio de Fe y el que era ciego le dice: YO CREO y postrándose le adoró.
Los “ciegos espirituales” ya saben dónde deben ir para recuperar la “vista”; los que andan en tinieblas ya conocen al “iluminador de caminos” que los lleva a la Vida Eterna. Por eso hay “ciegos” que verán por la Fe y hay quienes creen ver y quedarán ciegos por su incredulidad. La “ceguera espiritual” nos hace creer que vemos; por eso Jesús nos dice que como decimos que vemos; seguimos en nuestro pecado y no podemos ver su LUZ.
Pbro. Pablo Urquiaga.
Imagen de Cerezo Barredo