domingo, 26 de noviembre de 2017

Diálogo entre Leonardo Boff y el Dalai Lama


“En una mesa redonda sobre religión y paz entre los pueblos, en la que ambos (el Dalai Lama y yo) participábamos. Maliciosamente, pero también con interés teológico, le pregunte en mi inglés defectuoso:
- “Santidad, ¿cuál es la mejor religión?”
Esperaba que dijera: “El budismo tibetano o las religiones orientales, mucho más antiguas que el cristianismo…”
El Dalai Lama hizo una pequeña pausa, sonrió, me miró fijamente a los ojos – lo que me desconcertó un poco porque yo sabía la malicia  contenida en la pregunta – y afirmó:
- “La mejor religión es la que te aproxima más a  Dios, al Infinito. Es aquella que te hace mejor”.
Para salir de la perplejidad ante tan sabia respuesta, pregunté:
- “¿Qué es lo que me hace mejor?”
El respondió:
- “Aquello que te hace más compasivo, más sensible, más desapegado, más amoroso, más humanitario, más responsable, más ético… La  religión que consiga hacer eso de ti es la mejor religión”.
Callé, maravillado, y hasta este día estoy ponderando su respuesta sabia e irrefutable…
 
Leonardo Boff

¡REY de reyes y SEÑOR de señores!


Comentario domingo XXXIV del Tiempo ordinario Ciclo A Solemnidad de Cristo Rey del Universo


JESUCRISTO es REY Y SEÑOR, pero además de eso es PASTOR Y JUEZ UNIVERSAL:

Jesús Pastor: El busca las “ovejas perdidas”; las encuentra y las carga sobre sus hombros y las libera de las “tinieblas y sombras de muerte”, donde se habían extraviado; cura a las que están heridas y apacienta a todas con mucho Amor.

Jesús Juez universal: El juzgará entre “oveja y cabrito”; los separará para que rindan cuentas de sus vidas según los “talentos” (dones) y capacidades que hayan recibido. Nos juzgará por el AMOR a los más desamparados.

Cristo es REY: El no vino a ser servido sino a SERVIR; se sentará a la mesa en el Reino de los cielos y le servirá a los servidores de su Padre y lo hará por pura MISERICORDIA a pesar de nuestros pecados e infidelidades.

Mi Reino NO ES COMO los de este mundo”, le decía a Pilatos. Jesús es un “rey distinto”; humilde, sencillo, que no busca “enriquecerse  sí mismo” sino enriquecer a los demás con su RIQUEZA ETERNA, empezando por los más necesitados. Es por eso que en el Evangelio de hoy, se identifica con los “marginados y empobrecidos” y nos manda a servirle a través de ellos cuando nos dice: “conmigo también lo hicieron”.

Aquí se resalta la gravedad del “pecado de omisión”; no serás juzgado por el “mal” que has hecho sino por el bien que dejaste de hacer pudiéndolo haber hecho. No solo es malo “quitarle” el Pan al hambriento sino que es todavía peor no compartir tú Pan con ellos. San Juan de la Cruz nos decía: “a la caída de la tarde, seremos juzgado por el AMOR” Y SOLO POR EL AMOR; mostrado con hechos concretos al servicio de los necesitados que te encuentras por el camino. No bastan las palabras “bonitas y amables”. “Obras son amores y no buenas razones” Amén
Pbro. Pablo Urquiaga.

Imagen de Cerezo Barredo


jueves, 23 de noviembre de 2017

El éxito del Papa Francisco


Es un hecho que el papa Francisco está dando mucho que hablar. Unos, a favor. Y otros, en contra, como es bien sabido. Pero el hecho es indiscutible. Basta meterse en las redes sociales. Y enseguida, antes o después, aparece el papa. Este papa, no los anteriores. ¿En qué está la explicación de esta inagotable actualidad del papa Bergoglio?
Cada cual tendrá, sin duda alguna, su propia explicación. Y no faltarán, por supuesto, los que digan que todo este asunto les importa un rábano. Pero, diga cada cual lo que diga, el hecho está ahí. ¿Por qué?
No sé con seguridad si estoy en lo cierto. En todo caso, a mí se me antoja que quizá pueda ofrecer alguna luz, en este asunto, la propuesta que, hace algunos años, viene haciendo el conocido filósofo italiano Gianni Vattimo. Me refiero al tema del “pensamiento débil”, del que se ha dicho con razón que esa forma de pensamiento es lógicamente el “pensamiento de los débiles”.
No pretendo ahora (ni de eso se trata aquí) ponerme a explicar en qué consiste le aportación de Vattimo cuando ha explicado en qué consiste el llamado “pensamiento débil”. Tendríamos que hablar de la crisis de la metafísica, de la aportación que a este respecto hicieron Nietzsche, Heidegger o Derrida, por ejemplo. No. No se trata de nada de eso.
Lo que quiero destacar es que el papa Francisco llama tanto la atención por la sencilla razón de que le habla a la gente sencilla y débil de forma que a todo el mundo le interesa y todo el mundo lo entiende. Un hecho éste, que se acentúa y se nota sobre todo cuando este papa deja los papeles, que sus teólogos seguramente le redactan, y se pone él mismo, espontáneamente, a decirle a sus oyentes lo que se le ocurre y tal como se le ocurre.
Por otra parte, insisto en que Bergoglio tiene tanto más éxito, cuanto más simple y sencilla es la gente que le escucha. Entonces es cuando queda patente que, afectivamente, el “pensamiento débil” es justamente el “pensamiento de los débiles”. Y es con ellos, con quienes más y mejor coincide este papa.
¿Dónde está el secreto de esta coincidencia? El profesor Julio Moreno-Dávila ha explicado atinadamente la conexión que obviamente existe entre el “pensamiento débil” y la “debilidad” del Dios “kenótico” (vaciado), tal como el apóstol Pablo presenta al Dios del cristianismo, que “se despojó de su rango” y se presentó en nuestra tierra “como uno de tantos”. O más exactamente “en forma de esclavo”” (Fil 2, 6-8). Es el Dios sin grandeza, humanizado en la debilidad de un modesto galileo, tal como fue, vivió y habló Jesús de Nazaret.
El éxito del papa Francisco – y su fracaso también – se explican y se entienden desde el momento en que, con el Evangelio en las manos, caemos en la cuenta de que estamos asistiendo a una reproducción (todo lo tímida y pálida que se quiera) del éxito y el fracaso de Jesús. Y si es que efectivamente el papa Francisco está reproduciendo lo que acabo de apuntar, ¿no es para eso para lo que está en papa en la Iglesia y en el mundo?
José Mª Castillo
Cortesía de http://blogs.periodistadigital.com


domingo, 19 de noviembre de 2017

Primera Jornada mundial de los pobres. Misa con el Papa:"La omisión es también el mayor pecado contra los pobres".


“Si a los ojos del mundo [los pobres] tienen poco valor, son ellos quienes abren el camino al cielo, son nuestros “pasaportes para el paraíso”…nuestra verdadera riqueza”, ha dicho el Papa Francisco en la misa que ha celebrado el 19 de noviembre de 2017, en la primera jornada  mundial de los pobres. “Amar al pobre, ha subrayado, significa luchar contra todas las pobrezas, espirituales y materiales”.
El Papa ha presidido la celebración en la Basílica de San Pedro, rodeado de miles de personas necesitadas de todo el mundo. En su homilía, ha arremetido contra la “omisión” o “indiferencia” hacia ellos. “No hacer nada malo no es suficiente…Es volverse hacia el otro lado cuando el hermano está necesitado, es cambiar de cadena cuando una pregunta seria nos molesta, también es indignarse ante el mal sin hacer nada. Dios, sin embargo no nos preguntará si nos hemos indignado justamente, sino que nos preguntará si hemos hecho el bien”.
“Lo que invertimos en el amor permanece, el resto desaparece”, ha recordado antes de insistir: “no busquemos lo superfluo para nosotros, sino el bien para los demás, y nada precioso nos faltará”.
Homilía del Papa Francisco
Tenemos la alegría de partir el pan de la Palabra, y dentro de poco de partir y recibir el Pan Eucarístico, que son alimento para el camino de la vida. Todos lo necesitamos, ninguno está excluido, porque todos somos mendigos de lo esencial, del amor de Dios, que nos da el sentido de la vida y una vida sin fin. Por eso hoy también tendemos la mano hacia Él para recibir sus dones. La parábola del Evangelio nos habla precisamente de dones. Nos dice que somos destinatarios de los talentos de Dios, «cada cual según su capacidad» (Mt 25,15). En primer lugar debemos reconocer que tenemos talentos, somos «talentosos» a los ojos de Dios. Por eso nadie puede considerarse inútil, ninguno puede creerse tan pobre que no pueda dar algo a los demás. Hemos sido elegidos y bendecidos por Dios, que desea colmarnos de sus dones, mucho más de lo que un papá o una mamá quieren para sus hijos. Y Dios, para el que ningún hijo puede ser descartado, confía a cada uno una misión.
En efecto, como Padre amoroso y exigente que es, nos hace ser responsables. En la parábola vemos que cada siervo recibe unos talentos para que los multiplique. Pero, mientras los dos primeros realizan la misión, el tercero no hace fructificar los talentos; restituye sólo lo que había recibido: «Tuve miedo —dice—, y fui y escondí tu talento en la tierra; mira, aquí tienes lo que es tuyo» (v. 25). Este siervo recibe como respuesta palabras duras: «Siervo malo y perezoso» (v. 26). ¿Qué es lo que no le ha gustado al Señor de él? Para decirlo con una palabra que tal vez ya no se usa mucho y, sin embargo, es muy actual, diría: la omisión. Lo que hizo mal fue no haber hecho el bien. Muchas veces nosotros estamos también convencidos de no haber hecho nada malo y así nos contentamos, presumiendo de ser buenos y justos. Pero, de esa manera corremos el riesgo de comportarnos como el siervo malvado: tampoco él hizo nada malo, no destruyó el talento, sino que lo guardó bien bajo tierra. Pero no hacer nada malo no es suficiente, porque Dios no es un revisor que busca billetes sin timbrar, es un Padre que sale a buscar hijos para confiarles sus bienes y sus proyectos (cf. v. 14). Y es triste cuando el Padre del amor no recibe una respuesta de amor generosa de parte de sus hijos, que se limitan a respetar las reglas, a cumplir los mandamientos, como si fueran asalariados en la casa del Padre (cf. Lc 15,17).
El siervo malvado, a pesar del talento recibido del Señor, el cual ama compartir y multiplicar los dones, lo ha custodiado celosamente, se ha conformado con preservarlo. Pero quien se preocupa sólo de conservar, de mantener los tesoros del pasado, no es fiel a Dios. En cambio, la parábola dice que quien añade nuevos talentos, ese es verdaderamente «fiel» (vv. 21.23), porque tiene la misma mentalidad de Dios y no permanece inmóvil: arriesga por amor, se juega la vida por los demás, no acepta el dejarlo todo como está. Sólo una cosa deja de lado: su propio beneficio. Esta es la única omisión justa.
La omisión es también el mayor pecado contra los pobres. Aquí adopta un nombre preciso: indiferencia. Es decir: «No es algo que me concierne, no es mi problema, es culpa de la sociedad». Es mirar a otro lado cuando el hermano pasa necesidad, es cambiar de canal cuando una cuestión seria nos molesta, es también indignarse ante el mal, pero no hacer nada. Dios, sin embargo, no nos preguntará si nos hemos indignado con razón, sino si hicimos el bien. Entonces, ¿cómo podemos complacer al Señor de forma concreta? Cuando se quiere agradar a una persona querida, haciéndole un regalo, por ejemplo, es necesario antes de nada conocer sus gustos, para evitar que el don agrade más al que lo hace que al que lo recibe. Cuando queremos ofrecer algo al Señor, encontramos sus gustos en el Evangelio. Justo después del pasaje que hemos escuchado hoy, Él nos dice: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Estos hermanos más pequeños, sus predilectos, son el hambriento y el enfermo, el forastero y el encarcelado, el pobre y el abandonado, el que sufre sin ayuda y el necesitado descartado. Sobre sus rostros podemos imaginar impreso su rostro; sobre sus labios, incluso si están cerrados por el dolor, sus palabras: «Esto es mi cuerpo» (Mt 26,26). En el pobre, Jesús llama a la puerta de nuestro corazón y, sediento, nos pide amor. Cuando vencemos la indiferencia y en el nombre de Jesús nos prodigamos por sus hermanos más pequeños, somos sus amigos buenos y fieles, con los que él ama estar. Dios lo aprecia mucho, aprecia la actitud que hemos escuchado en la primera Lectura, la de la «mujer fuerte» que «abre sus manos al necesitado y tiende sus brazos al pobre» (Pr 31,10.20). Esta es la verdadera fortaleza: no los puños cerrados y los brazos cruzados, sino las manos laboriosas y tendidas hacia los pobres, hacia la carne herida del Señor.
Ahí, en los pobres, se manifiesta la presencia de Jesús, que siendo rico se hizo pobre (cf. 2 Co 8,9). Por eso en ellos, en su debilidad, hay una «fuerza salvadora». Y si a los ojos del mundo tienen poco valor, son ellos los que nos abren el camino hacia el cielo, son «nuestro pasaporte para el paraíso». Es para nosotros un deber evangélico cuidar de ellos, que son nuestra verdadera  riqueza, y hacerlo no sólo dando pan, sino también partiendo con ellos el pan de la Palabra, pues son sus destinatarios más naturales. Amar al pobre significa luchar contra todas las pobrezas, espirituales y materiales.
Y nos hará bien acercarnos a quien es más pobre que nosotros, tocará nuestra vida. Nos hará bien, nos recordará lo que verdaderamente cuenta: amar a Dios y al prójimo. Sólo esto dura para siempre, todo el resto pasa; por eso, lo que invertimos en amor es lo que permanece, el resto desaparece. Hoy podemos preguntarnos: «¿Qué cuenta para mí en la vida? ¿En qué invierto? ¿En la riqueza que pasa, de la que el mundo nunca está satisfecho, o en la riqueza de Dios, que da la vida eterna?». Esta es la elección que tenemos delante: vivir para tener en esta tierra o dar para ganar el cielo. Porque para el cielo no vale lo que se tiene, sino lo que se da, y «el que acumula tesoro para sí» no se hace «rico para con Dios» (Lc 12,21). No busquemos lo superfluo para nosotros, sino el bien para los demás, y nada de lo que vale nos faltará. Que el Señor, que tiene compasión de nuestra pobreza y nos reviste de sus talentos, nos dé la sabiduría de buscar lo que cuenta y el valor de amar, no con palabras sino con hechos.
© Librería editorial del Vaticano
Cortesía de https://es.zenit.org

sábado, 18 de noviembre de 2017

¡Desentierra tus talentos!


Comentario domingo XXXIII  del Tiempo ordinario Ciclo A

Desentierra tus talentos y ponlos a producir al servicio de los demás. Ese es el mandato del Señor a quien debemos rendir cuentas al final de nuestra vida terrena. Los “talentos(capacidades) son dones que Dios nos proporciona para que los multipliquemos y así enriquecer a todos los que nos rodean. Ellos pueden ser “talentos” espirituales, materiales, intelectuales, culturales, económicos, administrativos, gerenciales, sociales, etc.

Es un grave “pecado de omisión” esconderlos, guardarlos, acapararlos; es decir, “meterlos en un hoyo debajo de la tierra”, como lo hizo el siervo malo y perezoso del Evangelio de hoy. Vamos a tener que rendir cuentas al dueño de esos talentos. Somos solo administradores de esos dones. Por lo tanto, no los retengas ni los mal uses (malgastes o despilfarres) en cosas vanas, contrarias a la voluntad del dueño como puede ser los vicios, juegos de azar, productos contaminantes de la salud del alma y el cuerpo que hagan daño a tu prójimo. El talento es para hacer el bien y no el mal.

Los talentos (dones) son dados según la Misión que Dios le encarga a cada uno, empezando por la FAMILIA. Cada miembro ha recibido distintos talentos según su capacidad para que todos puedan compartirlo según la necesidad de cada cual, buscando la felicidad de toda la Familia. El talento que no se use para ese fin se pierde y se frustra.

En la primera lectura de hoy se nos habla de la “mujer ideal”, hacendosa, trabajadora, servicial, honrada y se nos dice: ¡Dichoso el marido que la encuentra! Pero lo que se dice de la “pava” también debe decirse del “pavo”. ¡Dichosa la mujer que encuentre un “marido semejante”. Para el Dios de Jesús no hay diferencias de género que no sean complementarias. El Espíritu da sus dones a quien quiere y como quiere. Los deberes del hogar son TAREA DE TODOS(AS). Hay que definir y distribuir los “roles”. Amén
Pbro. Pablo Urquiaga.

Imagen de Cerezo Barredo

Médico de los pobres es Santo desde hace rato


martes, 7 de noviembre de 2017

I JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
I JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

19 de noviembre de 2017

No amemos de palabra sino con obras

1. «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,18). Estas palabras del apóstol Juan expresan un imperativo que ningún cristiano puede ignorar. La seriedad con la que el «discípulo amado» ha transmitido hasta nuestros días el mandamiento de Jesús se hace más intensa debido al contraste que percibe entre las palabras vacías presentes a menudo en nuestros labios y los hechos concretos con los que tenemos que enfrentarnos. El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres. Por otro lado, el modo de amar del Hijo de Dios lo conocemos bien, y Juan lo recuerda con claridad. Se basa en dos pilares: Dios nos amó primero (cf. 1 Jn 4,10.19); y nos amó dando todo, incluso su propia vida (cf. 1 Jn3,16).
Un amor así no puede quedar sin respuesta. Aunque se dio de manera unilateral, es decir, sin pedir nada a cambio, sin embargo inflama de tal manera el corazón que cualquier persona se siente impulsada a corresponder, a pesar de sus limitaciones y pecados. Y esto es posible en la medida en que acogemos en nuestro corazón la gracia de Dios, su caridad misericordiosa, de tal manera que mueva nuestra voluntad e incluso nuestros afectos a amar a Dios mismo y al prójimo. Así, la misericordia que, por así decirlo, brota del corazón de la Trinidad puede llegar a mover nuestras vidas y generar compasión y obras de misericordia en favor de nuestros hermanos y hermanas que se encuentran necesitados.

2. «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (Sal 34,7). La Iglesia desde siempre ha comprendido la importancia de esa invocación. Está muy atestiguada ya desde las primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro pide que se elijan a siete hombres «llenos de espíritu y de sabiduría» (6,3) para que se encarguen de la asistencia a los pobres. Este es sin duda uno de los primeros signos con los que la comunidad cristiana se presentó en la escena del mundo: el servicio a los más pobres. Esto fue posible porque comprendió que la vida de los discípulos de Jesús se tenía que manifestar en una fraternidad y solidaridad que correspondiese a la enseñanza principal del Maestro, que proclamó a los pobres como bienaventurados y herederos del Reino de los cielos (cf. Mt 5,3).
«Vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,45). Estas palabras muestran claramente la profunda preocupación de los primeros cristianos. El evangelista Lucas, el autor sagrado que más espacio ha dedicado a la misericordia, describe sin retórica la comunión de bienes en la primera comunidad. Con ello desea dirigirse a los creyentes de cualquier generación, y por lo tanto también a nosotros, para sostenernos en el testimonio y animarnos a actuar en favor de los más necesitados. El apóstol Santiago manifiesta esta misma enseñanza en su carta con igual convicción, utilizando palabras fuertes e incisivas: «Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre. Y sin embargo, ¿no son los ricos los que os tratan con despotismo y los que os arrastran a los tribunales? [...] ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: “Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago”, y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta» (2,5-6.14-17).

3. Ha habido ocasiones, sin embargo, en que los cristianos no han escuchado completamente este llamamiento, dejándose contaminar por la mentalidad mundana. Pero el Espíritu Santo no ha dejado de exhortarlos a fijar la mirada en lo esencial. Ha suscitado, en efecto, hombres y mujeres que de muchas maneras han dado su vida en servicio de los pobres. Cuántas páginas de la historia, en estos dos mil años, han sido escritas por cristianos que con toda sencillez y humildad, y con el generoso ingenio de la caridad, han servido a sus hermanos más pobres.
Entre ellos destaca el ejemplo de Francisco de Asís, al que han seguido muchos santos a lo largo de los siglos. Él no se conformó con abrazar y dar limosna a los leprosos, sino que decidió ir a Gubbio para estarcon ellos. Él mismo vio en ese encuentro el punto de inflexión de su conversión: «Cuando vivía en el pecado me parecía algo muy amargo ver a los leprosos, y el mismo Señor me condujo entre ellos, y los traté con misericordia. Y alejándome de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo» (Test 1-3; FF 110). Este testimonio muestra el poder transformador de la caridad y el estilo de vida de los cristianos.
No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un verdadero encuentrocon los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida. En efecto, la oración, el camino del discipulado y la conversión encuentran en la caridad, que se transforma en compartir, la prueba de su autenticidad evangélica. Y esta forma de vida produce alegría y serenidad espiritual, porque se toca con la mano la carne de Cristo. Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas de los hermanos y hermanas más débiles. Son siempre actuales las palabras del santo Obispo Crisóstomo: «Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez» (Hom. in Matthaeum, 50,3: PG 58).
Estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma.

4. No olvidemos que para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo vocación para seguir a Jesús pobre. Es un caminar detrás de él y con él, un camino que lleva a la felicidad del reino de los cielos (cf. Mt5,3; Lc 6,20). La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 25-45).
Sigamos, pues, el ejemplo de san Francisco, testigo de la auténtica pobreza. Él, precisamente porque mantuvo los ojos fijos en Cristo, fue capaz de reconocerlo y servirlo en los pobres. Si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación. Al mismo tiempo, a los pobres que viven en nuestras ciudades y en nuestras comunidades les recuerdo que no pierdan el sentido de la pobreza evangélica que llevan impresa en su vida.

5. Conocemos la gran dificultad que surge en el mundo contemporáneo para identificar de forma clara la pobreza. Sin embargo, nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero. Qué lista inacabable y cruel nos resulta cuando consideramos la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada.
Hoy en día, desafortunadamente, mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la sociedad entera. Ante este escenario, no se puede permanecer inactivos, ni tampoco resignados. A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabilidad e induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las fuentes de la participación y reduce los espacios de la profesionalidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad.
Todos estos pobres —como solía decir el beato Pablo VI— pertenecen a la Iglesia por «derecho evangélico» (Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, 29 septiembre 1963) y obligan a la opción fundamental por ellos. Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios.

6. Al final del Jubileo de la Misericordia quise ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados. Quisiera que, a las demás Jornadas mundiales establecidas por mis predecesores, que son ya una tradición en la vida de nuestras comunidades, se añada esta, que aporta un elemento delicadamente evangélico y que completa a todas en su conjunto, es decir, la predilección de Jesús por los pobres.
Invito a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros hermanos y hermanas, creados y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad. Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna.

7. Es mi deseo que las comunidades cristianas, en la semana anterior a la Jornada Mundial de los Pobres, que este año será el 19 de noviembre, Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, se comprometan a organizar diversos momentos de encuentro y de amistad, de solidaridad y de ayuda concreta. Podrán invitar a los pobres y a los voluntarios a participar juntos en la Eucaristía de ese domingo, de tal modo que se manifieste con más autenticidad la celebración de la Solemnidad de Cristo Rey del universo, el domingo siguiente. De hecho, la realeza de Cristo emerge con todo su significado más genuino en el Gólgota, cuando el Inocente clavado en la cruz, pobre, desnudo y privado de todo, encarna y revela la plenitud del amor de Dios. Su completo abandono al Padre expresa su pobreza total, a la vez que hace evidente el poder de este Amor, que lo resucita a nueva vida el día de Pascua.
En ese domingo, si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan protección y ayuda, acerquémonos a ellos: será el momento propicio para encontrar al Dios que buscamos. De acuerdo con la enseñanza de la Escritura (cf. Gn 18, 3-5; Hb 13,2), sentémoslos a nuestra mesa como invitados de honor; podrán ser maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente. Con su confianza y disposición a dejarse ayudar, nos muestran de modo sobrio, y con frecuencia alegre, lo importante que es vivir con lo esencial y abandonarse a la providencia del Padre.

8. El fundamento de las diversas iniciativas concretas que se llevarán a cabo durante esta Jornada será siempre la oración. No hay que olvidar que el Padre nuestro es la oración de los pobres. La petición del pan expresa la confianza en Dios sobre las necesidades básicas de nuestra vida. Todo lo que Jesús nos enseñó con esta oración manifiesta y recoge el grito de quien sufre a causa de la precariedad de la existencia y de la falta de lo necesario. A los discípulos que pedían a Jesús que les enseñara a orar, él les respondió con las palabras de los pobres que recurren al único Padre en el que todos se reconocen como hermanos. El Padre nuestro es una oración que se dice en plural: el pan que se pide es «nuestro», y esto implica comunión, preocupación y responsabilidad común. En esta oración todos reconocemos la necesidad de superar cualquier forma de egoísmo para entrar en la alegría de la mutua aceptación.

9. Pido a los hermanos obispos, a los sacerdotes, a los diáconos —que tienen por vocación la misión de ayudar a los pobres—, a las personas consagradas, a las asociaciones, a los movimientos y al amplio mundo del voluntariado que se comprometan para que con esta Jornada Mundial de los Pobres se establezca una tradición que sea una contribución concreta a la evangelización en el mundo contemporáneo.
Que esta nueva Jornada Mundial se convierta para nuestra conciencia creyente en un fuerte llamamiento, de modo que estemos cada vez más convencidos de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda. Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio.
Vaticano, 13 de junio de 2017
Memoria de San Antonio de Padua
Francisco


domingo, 5 de noviembre de 2017

El Papa Controvertido


Es un secreto a voces que, en la Iglesia y fuera de ella, hay gente que no soporta al Papa Francisco.
Destaco que no se trata simplemente de que hay quienes no están de acuerdo con lo que hace y dice este papa. No es solamente eso. Es que, además de eso, estoy hablando de personas y de grupos que rechazan al papa Bergoglio y dan la impresión de que no soportan el modelo de papado que él representa.
Lo más extraño, en este desagradable asunto, es que estamos ante un fenómeno que, en buena medida, es nuevo en la Iglesia. Al menos, desde la Ilustración hasta el día de hoy. Es verdad que, ya en el pontificado de Juan XXIII, se notaron algunos síntomas que apuntaban en esta dirección. Los grupos más conservadores de aquel tiempo no estaban de acuerdo con el papa Roncalli en cuestiones de cierta importancia.
Pero lo que está ocurriendo con el papa actual es distinto. No sólo por el hecho de que hay quienes se atreven a decir que Francisco es “hereje”, sino por algo que, a mi manera de ver, es más significativo. Se trata de que un grupo notable de personalidades del mundo eclesiástico está en contra del papa, al tiempo que masas enormes del pueblo sencillo, incluso entre gentes que no son creyentes para nada, son quienes aclaman entusiasmados a este papa. El papa de los pobres, de los enfermos y los niños, de los ancianos y los ignorantes. Incluso el papa que seduce a gentes sin creencias religiosas o que pertenecen a culturas que poco o nada tienen que ver con el catolicismo.
¿Qué explicación tiene esto? ¿Por qué quienes tendrían que estar más cerca del papa, están (muchos de ellos) en contra de él? ¿Cómo se explica que las grandes masas, que, durante siglos, han vivido lejos del papado o incluso de espaldas a él, ahora sean quienes más le aprecian y sintonizan con la figura papal y su forma de relacionarse con la gente?
Si estos hechos se piensan despacio, la respuesta más razonable a este asunto da que pensar. Por una razón muy sencilla. Lo que da que pensar es que el papa Francisco (y su forma de vivir y de relacionarse con la gente) nos lleva a pensar o sospechar que la Iglesia está más lejos del Evangelio de lo que podíamos imaginar. O dicho con más precisión: en esta Iglesia nuestra da la impresión de que hay gente importante que se preocupa más por la fidelidad al Dogma, al Derecho y a la Liturgia que el Evangelio y al “seguimiento” de Jesús.
Baste pensar en estos dos hechos: 1º. El papa Francisco es acogido con entusiasmo por las mismas gentes que acogían y seguían a Jesús: enfermos, pobres, niños, gentes marginales o personas de dudosa conducta. 2º. El papa Francisco encuentra resistencia en grupos religiosos equivalentes a los que rechazaron y persiguieron a Jesús. A Jesús lo rechazaron los sacerdotes, los letrados y los fariseos.
Si lo que acabo de decir es verdad, ¿No se podría pensar que a Jesús lo rechazaron los más cualificados representantes de la religión, mientras que lo siguieron quienes mejor expresan el dolor del sufrimiento humano?
Pienso que esta pregunta es acertada. ¿No sería conveniente aplicarla también a lo que ahora estamos viviendo en la Iglesia, especialmente en el papado de Francisco? A veces, pienso que puedo estar desorientado. Pero también sospecho que quizá nos da miedo afrontar en serio una pregunta que nos asusta responder.   
José María Castillo   –   Teólogo
Cortesía de www.reflexionyliberacion.cl

sábado, 4 de noviembre de 2017

“LA HIPOCRESIA DE LOS FARISEOS”


Comentario domingo XXXI  del Tiempo ordinario Ciclo A

Cuídense de la levadura de los fariseos”, les decía Jesús a sus discípulos de ayer y de hoy. Aparentar lo que no se es y esconder lo que se es, se llama: HIPOCRESÍA; el más perverso de todos los pecados, el más detestable y abominable. Hipocresía viene de las raíces: HIPO=MUCHAS y CRATO=ROSTRO; es decir; muchos rostros (caras=caretas). Los fariseos eran “gente muy religiosa”; cumplían todas las normas y asistían regularmente al “culto”, alababan a Dios pero despreciaban a los demás; tenían una “cara” por fuera pero estaban llenos de maldad por dentro.

La MENTIRA está detrás de toda actitud hipócrita. Jesús define a satanás como “el padre de la mentira” (Jn.8, 44). “Conocerán la VERDAD y la VERDAD los hará LIBRES” (Jn.8, 32). “Dime de que alardeas y te diré de que careces”. Decimos ser más “papistas que el Papa” y después no queremos admitir las REFORMAS que el Papa propone; se dice creer pero no practicamos lo que supuestamente se cree; viven una “religión falsa”, de puros rezos y cultos en el templo pero fuera en la calle “viven como incrédulos”. Les falta ser “testigos” de lo que se cree; decimos seguir a Jesús pero no muestro interés por conocerle pues a veces hasta les da “miedo” seguir sus pasos en un compromiso serio con SU REINO.

Jesús condena la Hipocresía (MT. 23,1ss). El hipócrita finge ser muy “santo y piadoso”. Esta “hipocresía religiosa” lleva al “fanatismo y a la idolatría”. Son manipuladores de la fe de los más humildes e inocentes fieles. Sus líderes engañan a los devotos cuando “comercian con los sacramentos”. El hipócrita es un “ciego que pretende guiar a otro ciego”; Y termina por engañarse a sí mismo. Por eso que decimos que la PROTESTA DE LUTERO está más vigente que nunca después de 500 años que él lo hizo levantando su VOZ PROFÉTICA e invitándonos hoy a hacer lo mismo. ¡Basta ya de comerciar con las cosas sagradas; basta ya de ser HIPÓCRITAS!
Pbro. Pablo Urquiaga.


Imagen de Cerezo Barredo