Comentario domingo XXXIII del Tiempo ordinario Ciclo A
Desentierra tus talentos y ponlos a producir al servicio de los demás. Ese es el mandato del Señor a quien debemos rendir cuentas al final de nuestra vida terrena. Los “talentos” (capacidades) son dones que Dios nos proporciona para que los multipliquemos y así enriquecer a todos los que nos rodean. Ellos pueden ser “talentos” espirituales, materiales, intelectuales, culturales, económicos, administrativos, gerenciales, sociales, etc.
Es un grave “pecado de omisión” esconderlos, guardarlos, acapararlos; es decir, “meterlos en un hoyo debajo de la tierra”, como lo hizo el siervo malo y perezoso del Evangelio de hoy. Vamos a tener que rendir cuentas al dueño de esos talentos. Somos solo administradores de esos dones. Por lo tanto, no los retengas ni los mal uses (malgastes o despilfarres) en cosas vanas, contrarias a la voluntad del dueño como puede ser los vicios, juegos de azar, productos contaminantes de la salud del alma y el cuerpo que hagan daño a tu prójimo. El talento es para hacer el bien y no el mal.
Los talentos (dones) son dados según la Misión que Dios le encarga a cada uno, empezando por la FAMILIA. Cada miembro ha recibido distintos talentos según su capacidad para que todos puedan compartirlo según la necesidad de cada cual, buscando la felicidad de toda la Familia. El talento que no se use para ese fin se pierde y se frustra.
En la primera lectura de hoy se nos habla de la “mujer ideal”, hacendosa, trabajadora, servicial, honrada y se nos dice: ¡Dichoso el marido que la encuentra! Pero lo que se dice de la “pava” también debe decirse del “pavo”. ¡Dichosa la mujer que encuentre un “marido semejante”. Para el Dios de Jesús no hay diferencias de género que no sean complementarias. El Espíritu da sus dones a quien quiere y como quiere. Los deberes del hogar son TAREA DE TODOS(AS). Hay que definir y distribuir los “roles”. Amén
Pbro. Pablo Urquiaga.
Imagen de Cerezo Barredo
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