domingo, 25 de diciembre de 2016

Cartita del Niño Jesús


El Niño Jesús es todavia pequeño y no sabe escribir. Por eso me dictó esta cartita que la escribo en su nombre. LBoff
25/12/2016
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Queridos hermanitos y hermanitas:
Si al mirar el nacimiento veis al Niño Jesús y os llenáis de fe en Dios que se hizo niño, un niño como vosotros, y creéis que Él es Dios que está siempre a nuestro lado nuestro.
Si conseguís ver en los otros niños y niñas la presencia oculta del Niño Jesús,
Si sois capaces de hacer renacer el niño escondido en tus padres y en las personas adultas amigas vuestras, para que surja en ellas lo que siempre dais: amor, ternura, cariño y un abrazo apretado,
Si al miráis el nacimiento descubrís a Jesús pobremente vestido, casi desnudo, y os acordáis de tantos niños igualmente pobres y mal vestidos, especialmente en las periferias de nuestras ciudades, y también de los niños refugiados que veis por la televisión, algunos muriendo ahogados en el mar, y sufrís en el fondo de vuestro corazón por esta situación inhumana y, si podéis, compartís algo de lo que tenéis, unos tenis o una camiseta, y deseáis cambiar estas cosas cuando seais mayores,
Si al ver al buey y la mula, las ovejas, los perros, los camellos y el elefante junto al portal pensáis que el universo entero está también iluminado por el Niño Jesús y que todos, estrellas, piedras, árboles, animales y humanos formamos la gran Casa de Dios.
Si al mirar hacia lo alto veis la Estrella de Belén con su cola y recordáis que hay siempre una estrella generosa sobre vosotros, que os acompaña, os ilumina y os muestra los mejores caminos,
Si os dais cuenta de todo esto, entonces sabed que yo estoy llegando de nuevo y renovando la Navidad. Estaré siempre cerca de vosotros, caminando con vosotros, llorando con vosotros y jugando con vosotros hasta el día en que llegaremos todos, la humanidad y el universo, a la Casa del Padre y Madre de bondad para ser juntos eternamente felices.
Belén, 25 de dicembre del año 1.
Firmado: Niño Jesús.
cortesía de: https://leonardoboff.wordpress.com

Papa Francisco en Navidad: Renunciemos a la tristeza y lo efímero porque ha nacido Dios


VATICANO, 24 Dic. 16 / 04:21 pm (ACI).- En la Misa que presidió a las 21:30 horas de Roma en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco explicó el verdadero sentido de la Navidad: “Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios”.
“El Niño que nace nos interpela: nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará”, afirmó.
En la homilía que pronunció el Pontífice, también afirmó que “la Navidad tiene sobre todo un sabor de esperanza porque, a pesar de nuestras tinieblas, la luz de Dios resplandece”.
“Su luz suave no da miedo; Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con su ternura, naciendo pobre y frágil en medio de nosotros, como uno más”. Dejémonos tocar por la ternura que salva”, invitó el Papa.
A continuación, el texto completo de la homilía del Papa Francisco:
«Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11). Las palabras del apóstol Pablo manifiestan el misterio de esta noche santa: ha aparecido la gracia de Dios, su regalo gratuito; en el Niño que se nos ha dado se hace concreto el amor de Dios para con nosotros.
Es una noche de gloria, esa gloria proclamada por los ángeles en Belén y también por nosotros hoy en todo el mundo. Es una noche de alegría, porque desde hoy y para siempre Dios, el Eterno, el Infinito, es Dios con nosotros: no está lejos, no debemos buscarlo en las órbitas celestes o en una idea mística; es cercano, se ha hecho hombre y no se cansará jamás de nuestra humanidad, que ha hecho suya.
Es una noche de luz: esa luz que, según la profecía de Isaías (cf. 9,1), iluminará a quien camina en tierras de tiniebla, ha aparecido y ha envuelto a los pastores de Belén (cf. Lc 2,9).
Los pastores descubren sencillamente que «un niño nos ha nacido» (Is 9,5) y comprenden que toda esta gloria, toda esta alegría, toda esta luz se concentra en un único punto, en ese signo que el ángel les ha indicado: «Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12).
Este es el signo de siempre para encontrar a Jesús. No sólo entonces, sino también hoy. Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios.
Con este signo, el Evangelio nos revela una paradoja: habla del emperador, del gobernador, de los grandes de aquel tiempo, pero Dios no se hace presente allí; no aparece en la sala noble de un palacio real, sino en la pobreza de un establo; no en los fastos de la apariencia, sino en la sencillez de la vida; no en el poder, sino en una pequeñez que sorprende.
Y para encontrarlo hay que ir allí, donde él está: es necesario reclinarse, abajarse, hacerse pequeño. El Niño que nace nos interpela: nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará. Nos hará bien dejar estas cosas para encontrar de nuevo en la sencillez del Niño Dios la paz, la alegría, el sentido de la vid
Dejémonos interpelar por el Niño en el pesebre, pero dejémonos interpelar también por los niños que, hoy, no están recostados en una cuna ni acariciados por el afecto de una madre ni de un padre, sino que yacen en los escuálidos «pesebres donde se devora su dignidad»: en el refugio subterráneo para escapar de los bombardeos, sobre las aceras de una gran ciudad, en el fondo de una barcaza repleta de emigrantes.
Dejémonos interpelar por los niños a los que no se les deja nacer, por los que lloran porque nadie les sacia su hambre, por los que no tienen en sus manos juguetes, sino armas. ´`´`El misterio de la Navidad, que es luz y alegría, interpela y golpea, porque es al mismo tiempo un misterio de esperanza y de tristeza. Lleva consigo un sabor de tristeza, porque el amor no ha sido acogido, la vida es descartada. Así sucedió a José y a María, que encontraron las puertas cerradas y pusieron a Jesús en un pesebre, «porque no tenían [para ellos] sitio en la posada» (v. 7): Jesús nace rechazado por algunos y en la indiferencia de la mayoría.
También hoy puede darse la misma indiferencia, cuando Navidad es una fiesta donde los protagonistas somos nosotros en vez de él; cuando las luces del comercio arrinconan en la sombra la luz de Dios; cuando nos afanamos por los regalos y permanecemos insensibles ante quien está marginado.
Pero la Navidad tiene sobre todo un sabor de esperanza porque, a pesar de nuestras tinieblas, la luz de Dios resplandece. Su luz suave no da miedo; Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con su ternura, naciendo pobre y frágil en medio de nosotros, como uno más. Nace en Belén, que significa «casa del pan». Parece que nos quiere decir que nace como pan para nosotros; viene a la vida para darnos su vida; viene a nuestro mundo para traernos su amor. No viene a devorar y a mandar, sino a nutrir y servir.
De este modo hay una línea directa que une el pesebre y la cruz, donde Jesús será pan partido: es la línea directa del amor que se da y nos salva, que da luz a nuestra vida, paz a nuestros corazones.
Lo entendieron, en esa noche, los pastores, que estaban entre los marginados de entonces. Pero ninguno está marginado a los ojos de Dios y fueron justamente ellos los invitados a la Navidad. Quien estaba seguro de sí mismo, autosuficiente se quedó en casa entre sus cosas; los pastores en cambio «fueron corriendo de prisa» (cf. Lc 2,16).
También nosotros dejémonos interpelar y convocar en esta noche por Jesús, vayamos a él con confianza, desde aquello en lo que nos sentimos marginados, desde nuestros límites. Dejémonos tocar por la ternura que salva. Acerquémonos a Dios que se hace cercano, detengámonos a mirar el belén, imaginemos el nacimiento de Jesús: la luz y la paz, la pobreza absoluta y el rechazo.
Entremos en la verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos, nuestras marginaciones, nuestras heridas no curadas. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de Navidad: la belleza de ser amados por Dios. Con María y José quedémonos ante el pesebre, ante Jesús que nace como pan para mi vida. Contemplando su amor humilde e infinito, digámosle gracias: gracias, porque has hecho todo esto por mí.
Cortesía de: https://www.aciprensa.com

jueves, 22 de diciembre de 2016

Hay que ser valiente para vivir el escándalo de la Navidad

El nacimiento de Jesús trae un mensaje revolucionario: Dios no es una "energía positiva"


21 DICIEMBRE, 2016

El exceso de mensajes navideños de toda clase, desde los que se quedan en la frivolidad consumista y un ternurismo superficial, hasta los que inventan nuevos símbolos para tratar de encontrarle un sentido, porque no saben bien qué hay que celebrar realmente, o los que la han vuelto una simple “fiesta de la familia”, han perdido de su horizonte la razón de la profunda alegría que inunda la celebración de la Navidad.
¿Por qué hay que estar alegres? ¿Por qué deberíamos enternecernos hasta las lágrimas? ¿Cuál es la razón de celebrar? La respuesta es escandalosa.
Celebramos que el mismo Dios se ha hecho uno de nosotros, que Dios ha querido, no solo parecerse, sino ser realmente un bebé frágil y necesitado. Celebramos que hubo un momento en nuestra historia en que ver a un niño era ver realmente a Dios. ¡Y eso es una locura que nunca debería dejar de asombrarnos!
Se sigue pensando en Dios como en un ser lejano, y la Navidad nos recuerda que Dios ha venido en persona a habitar entre nosotros, para hablarnos en nuestro lenguaje y nos amó hasta el extremo de dar su propia vida por nosotros, regalándonos vida eterna.

El escándalo del niño Dios

Ahora bien, ¿qué trajo Jesús? ¿un lindo mensaje? ¿cuál es la novedad absoluta de la Navidad? Que vino Dios en persona a morar entre nosotros. “Que Dios ya no está en el más allá, Dios ya no es sólo la Alteridad absoluta e inaccesible, sino que también está muy cercano, se ha hecho idéntico a nosotros, nos toca y lo tocamos, podemos recibirlo y nos recibe” (Benedicto XVI).
Casi que asusta tanta bondad, de un amor sin límites que supera todo lo que podamos pensar o imaginar. Se nos hizo tan común ver pesebres que olvidamos el escándalo de esta cercanía de Dios.
En estos días en que todos nos hacemos regalos, olvidamos la locura del regalo que nos hizo y nos hace Dios: darse a sí mismo. ¡Dios se puso en nuestras manos! ¡Eso es el niño de Belén! ¡Dios con nosotros!
El P. José Luis Martín Descalzo se preguntaba acerca de la Navidad: “¿Qué es verdaderamente la Navidad para nosotros? ¿Por qué en estos días nuestra alma se alegra, por qué se llena de ternura nuestro corazón? La respuesta la sabemos, aunque no siempre la vivamos.
Yo diría que la Navidad es la prueba, repetida todos los años, de dos realidades formidables: que Dios está cerca de nosotros, y que nos ama.
Nuestro mundo moderno no es precisamente el más capacitado para entender esta cercanía de Dios. Decimos tantas veces que Dios está lejos, que nos ha abandonado, que nos sentimos solos… Parece que Dios fuera un padre que se marchó a los cielos y que vive allí muy bien, mientras sus hijos sangran en la tierra.
Pero la Navidad demuestra que eso no es cierto. Al contrario. El verdadero Dios no es alguien tonante y lejano, perdido en su propia grandeza, despreocupado del abandono de sus hijos. Es alguien que abandonó él mismo los cielos para estar entre nosotros, ser como nosotros, vivir como nosotros, sufrir y morir como nosotros. Éste es el Dios de los cristianos. No alguien que de puro grande no nos quepa en nuestro corazón. Sino alguien que se hizo pequeño para poder estar entre nosotros. Éste es el mismo centro de nuestra fe.
¿Y por qué bajó de los cielos? Porque nos ama. Todo el que ama quiere estar cerca de la persona amada. Si pudiera no se alejaría ni un momento de ella. Viaja, si es necesario, para estar con ella. Quiere vivir en su misma casa, lo más cerca posible. Así Dios. Siendo, como es, el infinitamente otro, quiso ser el infinitamente nuestro. Siendo la omnipotencia, compartió nuestra debilidad. Siendo el eterno, se hizo temporal.
…Hay que abrir mucho los ojos del alma para enterarse. Porque, efectivamente, como dice un salmo “la misericordia de Dios llena la tierra”, cubre las almas con su incesante nevada de amor.
Navidad es la gran prueba. En estos días ese amor de Dios se hace visible en un portal. Ojalá se haga también visible en nuestras almas. Ojalá en estos días la paz de Dios, la ternura de Dios, la alegría de Dios, descienda sobre todos nosotros como descendió hace dos mil años sobre un pesebre en la ciudad de Belén.
Pues bien: la Navidad es como el tiempo en el que esa misericordia de Dios se reduplica sobre el mundo y sobre nuestras cabezas. Es como si, al darnos a su Hijo, nos amase el doble que de ordinario. Durante estos días de Navidad, todos los que tienen los ojos bien abiertos se vuelven más niños porque es como si fuesen redobladamente hijos y como si Dios fuera en estos días el doble de Padre”.

Dios no es el Universo ni una energía

Quien cree en Jesús, cree en lo que él dijo de sí mismo. O estaba loco o era Dios. Todo indica la segunda opción, pero nos cuesta aún a los cristianos que muchas veces minimizamos su nombre.
Los cristianos creemos que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. No es menos Dios por ser hombre, ni menos hombre que nosotros por ser Dios. No hay competencia entre el hombre y Dios, porque Dios se ha encarnado, se ha unido a nuestra humanidad y a nuestra historia. Desde entonces todo lo humano nos habla de Dios y Dios siempre está más cerca de lo que imaginamos.
Algunos vacilan en decir su nombre, y le bautizan “luz”, “energía”, “universo” y mil ideas vagas. Pero Jesucristo no es sólo luz o energía, tiene corazón, ama, perdona, se entrega, nos habla. La luz, la energía y el universo no pueden amar ni perdonar, no pueden dar su vida por mi y por ti. Dios es persona, que libremente nos ama, y su amor no se funda en nuestros méritos o cualidades. Es un amor puramente gratuito.
Y el amor tiene el poder de hacernos débiles junto a quienes amamos. Dios en su amor infinito se ha hecho vulnerable y eso nos escandaliza. El que ama siempre se expone y se deja caer en los brazos de otro. El que ama se regala, se entrega sin pedir nada a cambio. Eso hace Dios con nosotros.
El mismo Dios que se puso en Belén en los brazos de María y José, también hoy, cada domingo, se pone en nuestras manos en la Eucaristía. ¿Iremos nosotros a recibirlo como los pastores o nos quedaremos mirando el pesebre? Cada misa no es simplemente un recordatorio de lo que sucedió hace más de 2000 años, sino una nueva pascua, una nueva navidad, en la que el mismo que vino en Belén, hoy se nos entrega en la Palabra y en la Eucaristía.
La salvación que trae Jesús es amor gratuito, desde la nada. Por eso los des-graciados, los despojados son los destinatarios naturales de un amor que quiere darse, no recibir. Por eso los más amados son los menos amables. Los que no tienen ninguna razón para ser amados, encuentran en el niño de Belén el amor que no pide nada a cambio.
La Navidad nos invita a ser también como niños, a dejarnos regalar, a dejarnos sorprender, a no querer corresponder, sino a dejarse amar.
A nuestro Dios, que vino para quedarse, que puso su morada entre nosotros y en nosotros, pidámosle nos ayude a construir un mundo que sea un hogar para todos, donde cada uno pueda ser, realizarse y vivir con la dignidad de ser hijos de Dios.

El coraje de preguntar

“Pero ¿cuántos se dan cuenta de ello? ¿Cuántos están tan distraídos con las fiestas familiares que en estos días no se acuerdan de su alma?… Por eso yo quisiera invitarles, amigos míos, a abrir sus ventanas y sus ojos, a descubrir la maravilla de que Dios nos ama tanto que se vuelva uno de nosotros. Y que vivan ustedes estos días de asombro en asombro. Que se hagan ustedes las grandes preguntas que hay que hacerse estos días y que descubran que cada respuesta es más asombrosa que la anterior”.
¿Qué pasa realmente estos días? Y la respuesta es que Alguien muy importante viene a visitarnos. ¿Quién es el que viene? Nada menos que el Creador del mundo, el autor de las estrellas y de toda carne. ¿Y cómo viene? Viene hecho carne, hecho pobreza, convertido en un bebé como los nuestros. ¿A qué viene? Viene a salvarnos, a devolvernos la alegría, a darnos nuevas razones para vivir y para esperar.
¿Para quién viene? Viene para todos, viene para el pueblo, para los más humildes, para cuantos quieran abrirle el corazón. ¿En qué lugar viene? En el más humilde y sencillo de la tierra, en aquél donde menos se le podía esperar. ¿Y por qué viene? Sólo por una razón: porque nos ama, porque quiere estar con nosotros.
Y la última pregunta, tal vez la más dolorosa: ¿Y cuáles serán los resultados de su venida? Los que nosotros queramos. Pasará a nuestro lado si no sabemos verle. Crecerá dentro de nosotros si le acogemos.
Dejad, amigos míos, que crezcan estas preguntas dentro de vuestro corazón y sentiréis deseos de llorar de alegría. Y descubriréis que no hay gozo mayor que el de sabernos amados, cuando quien nos ama -¡y tanto!- es nada menos que el mismo Dios”. (J. L. Martín Descalzo)
Bibliografía:
J. L. Martín Descalzo. (1996). Días grandes de Jesús. Madrid: Edibesa.
Joseph Ratzinger. (2005). Dios y el mundo. Buenos Aires: Sudamericana.

Cortesía de: http://es.aleteia.org/

miércoles, 21 de diciembre de 2016

El Papa en la audiencia: Navidad será una verdadera fiesta, solo si recibimos a Jesús


En las casas de los cristianos durante el tiempo de Adviento se prepara el pesebre y sus personajes están inmersos en esta atmósfera de esperanza

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- En la última audiencia general antes de Navidad, el Papa Francisco ha dedicado la catequesis al momento en que la esperanza entra en el mundo con la encarnación del Hijo de Dios. Y que la Navidad solamente es una verdadera fiesta si en el centro está Jesús. Después de las lecturas el Pontífice leyó el texto de la catequesis en italiano, que proponemos a continuación.
Texto completo
“¡Queridos hermanos y hermanas!, hemos iniciado hace poco un camino de catequesis sobre el tema de la esperanza, muy apto para el tiempo de Adviento. A guiarnos ha sido hasta ahora el profeta Isaías.
Hoy, cuando faltan pocos días para la Navidad, quisiera reflexionar de modo más específico sobre el momento en el cual, por así decir, la esperanza ha entrado en el mundo, con la encarnación del Hijo de Dios.
El mismo profeta Isaías había preanunciado el nacimiento del Mesías en algunos pasajes: «Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel» (7,14); y también – en otro pasaje – «Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces» (11,1).
En estos pasajes se entre ve el sentido de la Navidad: Dios cumple la promesa haciéndose hombre; no abandona a su pueblo, se acerca hasta despojarse de su divinidad. De este modo Dios demuestra su fidelidad e inaugura un Reino nuevo, que dona una nueva esperanza a la humanidad. Y ¿cuál es esta esperanza? La vida eterna.
Cuando se habla de la esperanza, muchas veces se refiere a lo que no está en el poder del hombre y que no es visible. De hecho, lo que esperamos va más allá de nuestras fuerzas y nuestra mirada. Pero el Nacimiento de Cristo, inaugurando la redención, nos habla de una esperanza distinta, una esperanza segura, visible y comprensible, porque está fundada en Dios
Él entra en el mundo y nos dona la fuerza para caminar con Él: Dios camina con nosotros en Jesús, caminar con Él hacia la plenitud de la vida, nos da la fuerza para estar de una manera nueva en el presente, a pesar de exigir esfuerzo.
Esperar para el cristiano significa la certeza de estar en camino con Cristo hacia el Padre que nos espera. La esperanza jamás está detenida, la esperanza siempre está en camino y nos hace caminar. Esta esperanza, que el Niño de Belén nos dona, ofrece una meta, un destino bueno en el presente, la salvación para la humanidad, la bienaventuranza para quien se encomienda a Dios misericordioso.
San Pablo resume todo esto con la expresión: “En la esperanza hemos sido salvados” (Rom 8,24). Es decir, caminando de este modo, con esperanza, somos salvados.
Y aquí podemos hacernos una pregunta, cada uno de nosotros: ¿yo camino con esperanza o mi vida interior está detenida, cerrada? ¿Mi corazón es un cajón cerrado o es un cajón abierto a la esperanza que me hace caminar? No solo sino con Jesús. Una buena pregunta para hacernos.
En las casas de los cristianos, durante el tiempo de Adviento, se prepara el pesebre, según la tradición que se remonta a San Francisco de Asís. En su simplicidad, el pesebre transmite esperanza; cada uno de los personajes está inmerso en esta atmósfera de esperanza.
Antes que nada notamos el lugar en el cual nace Jesús: Belén. Un pequeño pueblo de Judea donde mil años antes había nacido David, el pastor elegido por Dios como rey de Israel.
Belén no es una capital, y por esto es preferida por la providencia divina, que ama actuar a través de los pequeños y los humildes. En aquel lugar nace el “hijo de David” tan esperado, Jesús, en el cual la esperanza de Dios y la esperanza del hombre se encuentran.
Después miramos a María, Madre de la esperanza. Con su ‘sí’ abrió a Dios la puerta de nuestro mundo: su corazón de joven estaba lleno de esperanza, completamente animada por la fe; y así Dios la ha elegido y ella ha creído en su palabra.
Aquella que durante nueve meses ha sido el arca de la nueva y eterna Alianza, en la gruta contempla al Niño y ve en Él el amor de Dios, que viene a salvar a su pueblo y a toda la humanidad.
Junto a María estaba José, descendiente de Jesé y de David; también él ha creído en las palabras del ángel, y mirando a Jesús en el pesebre, piensa que aquel Niño viene del Espíritu Santo, y que Dios mismo le ha ordenado llamarle así, ‘Jesús’.
En este nombre está la esperanza para todo hombre, porque mediante este hijo de mujer, Dios salvará a la humanidad de la muerte y del pecado. ¡Por esto es importante mirar el pesebre! Detenerse un poco y mirar y ver cuanta esperanza hay en esta gente.
Y también en el pesebre están los pastores, que representan a los humildes y a los pobres que esperaban al Mesías, el «consuelo de Israel» (Lc 2,25) y la «redención de Jerusalén» (Lc 2,38).
En aquel Niño ven la realización de las promesas y esperan que la salvación de Dios llegue finalmente para cada uno de ellos. Quien confía en sus propias seguridades, sobre todo materiales, no espera la salvación de Dios.
Pero hagamos entrar esto en la cabeza: nuestras propias seguridades no nos salvaran. Solamente la seguridad que nos salva es aquella de la esperanza en Dios. Nos salva porque es fuerte y nos hace caminar en la vida con alegría, con ganas de hacer el bien, con las ganas de ser felices para toda la eternidad.
Los pequeños, los pastores, en cambio confían en Dios, esperan en Él y se alegran cuando reconocen en este Niño el signo indicado por los ángeles (Cfr. Lc 2,12).
Y justamente el coro de los ángeles anuncia desde lo alto el gran designio que aquel Niño realiza: ‘¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él’ (Lc 2,14).
La esperanza cristiana se expresa en la alabanza y en el agradecimiento a Dios, que ha inaugurado su Reino de amor, de justicia y de paz.
Queridos hermanos y hermanas, en estos días, contemplando el pesebre, nos preparamos para el Nacimiento del Señor. Será verdaderamente una fiesta si acogemos a Jesús, semilla de esperanza que Dios siembra en los surcos de nuestra historia personal y comunitaria. Cada ‘sí’ a Jesús que viene es un germen de esperanza.
Tengamos confianza en este germen de esperanza, en este sí: ‘Si Jesús, tú puedes salvarme, tú puedes salvarme’. ¡Feliz Navidad de esperanza para todos!”.
Cortesía de https://es.zenit.org

jueves, 15 de diciembre de 2016

Celebración de la luz



Carlos Ayala Ramírez
13/12/2016

En un artículo publicado en diciembre de 1977, decía el beato Óscar Romero que “Feliz Navidad” no debía ser solo una expresión gastada, que a fuerza de repetirla perdiera la riqueza de su originalidad y de su mensaje. Y sugería que, para inyectar nueva conciencia y eficacia al saludo navideño, bueno sería liberarlo de la rutina y del convencionalismo. Afirmaba que “para no ser tributarios de la costumbre y de la comercialización de la Navidad, hay que cultivar la originalidad de nuestra fe, acompañando nuestros augurios navideños de acciones y gestos que realmente produzcan felicidad y paz a nuestro alrededor”.
En esa línea, la de redescubrir el mensaje de la Navidad y ponerlo a producir más en las obras que en las palabras, hay dos símbolos característicos en los relatos del nacimiento de Jesús: la luz contra las tinieblas y la alegría para el mundo por el mesías que llega. Con respecto a lo primero, se dice que la luz es un símbolo arquetípico, es decir, una imagen, un “tipo” grabado en la conciencia humana desde tiempos antiguos. Se contrapone a la oscuridad. A esta se la asocia con la ceguera, la incertidumbre y la visión limitada. Más todavía, noche y muerte van juntas: la tierra de los muertos es un lugar de gran oscuridad. Desde ese contexto, según la exégesis bíblica, no cabe sorprenderse de que las tradiciones religiosas estén llenas del lenguaje de la luz. Para el cristianismo, Jesús nace en medio de la noche, en el momento de las más profundas tinieblas. Él es la luz verdadera que ilumina a todos, la luz del mundo, según el Evangelio de Juan. Quien lo siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.
Monseñor Romero, en medio de la crisis que en su época atravesaba El Salvador, aplica ese significado luminoso de la Navidad en su homilía del 24 de diciembre de 1977:
No nos desanimemos, aun cuando el horizonte de la historia como que se oscurece y se cierra, y como si las realidades humanas hicieran imposible la realización de los proyectos de Dios. Dios se vale hasta de los errores humanos, hasta de los pecados de los hombres, para hacer surgir sobre las tinieblas lo que ha dicho Isaías. Un día se cantará también no solo el retorno de Babilonia, sino la liberación plena de los hombres. El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; habitaban tierras de sombras, pero una luz ha brillado.
Ahora bien, los relatos de la Navidad no solo están llenos de luz, sino también de alegría para el mundo. Este es el tono dominante de la celebración. La versión de Lucas sobre la natividad de Jesús está llena de alegría. El capítulo 2 dice que había unos pastores que cuidaban por turnos los rebaños a la intemperie. Un ángel del Señor se les presentó y les dijo: “No teman. Miren, les doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor. Esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
Se dice que cuando en la Biblia hablan los ángeles hay que leer con atención, porque su función narrativa es revelar el significado de algo que está sucediendo. Por ejemplo, en este caso, la alegría de la Navidad no hay que confundirla con cualquier bienestar, satisfacción o disfrute. Es una alegría que viene de la Buena Noticia de Jesús. Por eso es para todo el pueblo y ha de llegar sobre todo a los que sufren y viven tristes. De nuevo, el beato Romero captó espléndidamente este significado, desde la propia realidad, y lo llevó a la práctica mediante su ejercicio pastoral. En este sentido, en una de sus homilías reflexiona y exhorta con las siguientes palabras:
He oído muchas voces que me dicen: “Qué triste se siente la Navidad, como que no es Navidad”. Y es que hay angustia, hay incertidumbre, hay muchos que están sufriendo, hay muchos hogares donde faltan seres queridos, hay tristeza en la Navidad en El Salvador; pero el que es cristiano sabe que hay una alegría de fondo, una alegría de esperanza y de fe, una alegría de austeridad […] A esa alegría serena invito a todos. Gracias a Dios que no solo existe una Navidad de tantas apariencias comerciales y de alegrías que son fugaces como la pólvora que se quema y no deja más que basura. Alegría de profundidad es lo que yo quisiera para todos los que estamos haciendo esta reflexión. Alegría en medio de la tristeza, del terror, de la angustia […] Sin embargo, hay una gran esperanza: has venido, Señor […] nuestra fe confía en Ti y sabemos que vienes a salvarnos y que cuanto más negra se pone la noche y más cerrados los horizontes, Tú serás más redentor.
Para monseñor Romero, pues, la Navidad habla de la luz y la alegría que llega a las tinieblas de nuestras vidas personales y colectivas. Y consciente de que esas tinieblas son tan reales como la luz, es contundente al afirmar:
Nadie podrá celebrar la Navidad auténtica si no es pobre de verdad. Los autosuficientes, los orgullosos, los que desprecian a los demás porque todo lo tienen, los que no necesitan ni de Dios, para esos no habrá Navidad. Solo los pobres, los hambrientos, los que tienen necesidad de que alguien venga por ellos tendrán a ese alguien, y ese alguien es Dios, Emanuel, Dios-con-nosotros.

Cortesía de http://www.uca.edu.sv



domingo, 11 de diciembre de 2016

¡Se iluminarán los ojos de los ciegos!


Comentario al tercer domingo de Adviento Ciclo "a"

¡Estén siempre alegres en el Señor; se los repito, estén alegres. El Señor está cerca! La Esperanza y la Paciencia son dos virtudes que resaltan en las lecturas de hoy; esperanza que vendrá “un cielo nuevo y una tierra nueva” donde reine la Justicia y la Paz; paciencia para esperar que ese acontecimiento se cumpla.

El profeta Isaías nos manda a decir a los de corazón apocado: ¡Animo, no teman; he aquí que Dios viene a salvarnos. Él nos da algunas “señales”: “Se iluminarán los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán; la lengua del mudo cantará y la pena y la aflicción habrán terminado. Es por eso que Jesús en el evangelio de hoy, ante la duda de Juan el Bautista de si Él era o no el esperado, le dice a los enviados: ¡Vayan a contar a Juan lo que ustedes están viendo y oyendo: “Los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.

Nosotros también, como Juan y Jesús, tenemos que llevar esa “Buena Noticia a los pobres”, pues de ellos será el Reino que ya se acerca; y hacer, con el poder del Espíritu, las mismas señales que Jesús realizó. Hay muchos ciegos, sordos, mudos, enfermos y muertos espiritualmente a nuestro alrededor y nuestra tarea es liberarlos de todo eso que le impide “vivir con dignidad”. Solo así podrán sentir que el Reino de los cielos se les acerca.

Te pedimos Padre que nos des la paciencia, la fuerza y la perseverancia que le diste a Juan para que nosotros también “preparemos un pueblo bien dispuesto” a tu venida. Amen
Pbro. Pablo Urquiaga.

Imagen de Cerezo Barredo


lunes, 5 de diciembre de 2016

Papa Francisco: La Navidad necesita una preparación espiritual


Ángelus del Papa sobre cómo es el reino de los cielos


Profetizado por Isaías como “una voz que grita en el desierto”, en el segundo domingo de adviento, Juan Bautista predica: “Conviértanse y crean porque el Reino de los cielos está cerca”. Inspirado en este Evangelio, Francisco recordó que estas son las mismas palabras con las que Jesús da inicio a su misión. Se trata del mismo anuncio feliz: ¡viene El reino de Dios, es más, está cerca, en medio de nosotros!
El Obispo de Roma se preguntó entonces ¿Qué es este reino de los cielos?, y dijo que inmediatamente nosotros pensamos en algo relacionado con el más allá: la vida eterna y es cierto, “pero la bella noticia que Jesús nos trae y que Juan anticipa, es que al reino de Dios no tenemos que esperarlo en el futuro: se ha aproximado y de algún modo está ya presente y podemos experimentar ya dese ahora su potencia espiritual”.
El Papa explicó que Dios viene a establecer su señorío en nuestra vida de cada día; y que allí donde es recibido con fe y humildad germina el amor, la alegría y la paz. Y subrayó que “la condición para entrar y ser parte de este reino es realizar un cambio en nuestra vida, es decir, convertirnos”.

Texto completo de la reflexión del Papa Francisco, previa a la oración del ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este segundo domingo de Adviento resuena la invitación de Juan el Bautista: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3,2). Con estas mismas palabras Jesús dará inicio a su misión en Galilea (cf. Mt 4,17); y este también será el anuncio que llevarán los discípulos en su primera experiencia misionera (cf. Mt 10,7). De este modo el evangelista Mateo quiere presentar a Juan como aquel que prepara el camino al Cristo que viene, y los discípulos como los continuadores de la predicación de Jesús. Se trata del mismo anuncio gozoso: viene el reino de Dios, es más, está cercano, está en medio de nosotros. Este es el mensaje central de toda misión cristiana.
Pero, ¿qué es este reino de los cielos? Nosotros pensamos inmediatamente en algo que tiene que ver con el más allá: la vida eterna. Cierto, el reino de Dios se extenderá indefinidamente más allá de la vida terrena, pero la buena noticia que Jesús nos trae – y que Juan anticipa – es no debemos esperar el reino de Dios en el futuro: se ha acercado, de alguna manera ya está presente y podemos experimentar desde ahora la potencia espiritual. Dios viene a establecer su señorío en nuestra historia, en nuestra vida cotidiana; y allí donde sea aceptado con fe y humildad, germinan el amor, la alegría y la paz.
La condición para entrar y ser parte de este reino es hacer un cambio en nuestra vida, es decir, convertirnos. Es dejar los caminos cómodos pero engañosos, los ídolos de este mundo: el éxito a toda costa, el poder a expensas de los débiles, la sed de riquezas, el placer a cualquier precio. Y abrir en cambio el camino al Señor que viene, Él no quita nuestra libertad, sino que nos dona la verdadera felicidad. Con el nacimiento de Jesús en Belén, es el mismo Dios quien ha venido a habitar entre nosotros, para liberarnos del egoísmo, del pecado y de la corrupción.
La Navidad es un día de gran alegría, también exterior, pero es sobre todo un evento religioso para el cual se necesita una preparación espiritual. En este tiempo de Adviento, dejémonos guiar por la exhortación de Juan el Bautista: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (v. 3).
Nosotros preparamos el camino del Señor y allanamos sus senderos, cuando examinamos nuestra conciencia, cuando escrutamos nuestras actitudes, cuando con sinceridad y confianza confesamos nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia. En este sacramento experimentamos en nuestros corazones la cercanía del reino de Dios y su salvación. La salvación de Dios es obra de un amor más grande que nuestro pecado; sólo el amor de Dios puede cancelar el pecado y librarnos del mal, y sólo el amor de Dios nos puede orientar en el camino del bien.
Que la Virgen María nos ayude a preparar el encuentro con este Amor siempre más grande que en la víspera de Navidad se hizo pequeño, como una semilla caída en la tierra, la semilla del Reino de Dios.

Cortesía de http://es.aleteia.org/

jueves, 1 de diciembre de 2016

Sexualidad y santidad conyugal


Bonifacio Fernández


Uno de las urgencias de la pastoral actual  consiste en proponer nuevos modelos de santidad. En la tradición han ido sugiriendo modelos según las épocas: los apóstoles, los mártires, los monjes, los  confesores, las vírgenes, los misioneros…Además de estos modelos que forman parte de la vida de las comunidades cristianas, existen otras muchas formas de santidad excelente, cuya memoria no se ha canonizado; quedará oculta en los corazones  en la vida de los testigos oculares.
Hay  cónyuges santos. Pero cada uno por su parte, Por sus méritos individuales. Así, por ejemplo San Isidro y Santa María de la Cabeza.
Actualmente se demandan nuevos modelos de santidad: santidad laical, santidad comunitaria, santidad política… Ya tenemos algún ejemplo de matrimonio santo,  cuya fiesta se celebra en el mismo día. Pero la cuestión es sobre el modelo de santidad matrimonial.
El matrimonio es relación interpersonal entre un hombre y una mujer. Es una relación de amor, que tiene la peculiaridad de la unidad, la exclusividad, la intimidad, la fecundidad. El camino de la santidad matrimonial tiene, entre otros, dos dinamismos antropológicos básicos: la comunicación y la sexualidad. El matrimonio crece en amor e intimidad en la medida en que se comunica con profundidad, constancia y honestidad. Y así potencia la intimidad y la unidad.
Además, la sexualidad es también camino de santidad. El amor conyugal es una tarea a aprender y realizar. La expresión sexual genital del amor constituye una manera de crecer en la relación y de alimentar la intimidad. Puede convertirse en lucha de poder e instrumento de placer. Pero la relación sexual se realiza plenamente cuando es  expresión de respeto, de trasparencia, de amor; contraría el sentido de la sexualidad como utilización del otro, dominación del otro. Cuando la sexualidad se convierte en expresión neta y trasparente de la ternura, proporciona la experiencia de incondicionalidad, de abandono en el otro, de aceptación plena del cónyuge.
Por eso se puede convertir en experiencia religiosa. Así lo experimentan muchos matrimonios.
Una adquisición que los matrimonios cristianos  atestiguan es que la sexualidad matrimonial es un camino de santidad. Para ser santo un matrimonio no está llamado a dejar de hacer el amor; está llamado a hacer el amor, construir su relación de  amor, cuanto más y mejor, mejor.
Así es como el matrimonio es sacramento de amor. Y buena noticia para la Iglesia y la sociedad.
Cortesía de http://www.ciudadredonda.org/

martes, 29 de noviembre de 2016

Haz algo realmente grande: detente en las personas heridas que te resultan difíciles


Que cambie mi rabia, mi odio, ni dureza, mis espadas y mis lanzas, en arados que hagan brotar la tierra

CARLOS PADILLA ESTEBAN

No quiero vivir pensando en el final de los tiempos y buscando señales de Dios que muestren cuándo concluirá todo. No me importa cuándo llegará el final de mi camino. Por eso quiero yo que Dios me regale el don de verlo oculto en los más necesitados, en los más pobres, en los más heridos.
Ver a María con Jesús en su vientre en otros. No sólo en los que me son fáciles. No en los que me resultan cercanos. No en aquellos que me tratan bien y me cuidan. No en aquellos con los que estoy en deuda porque me aman mucho. En ellos también. Pero es más fácil.
Dios quiere que me detenga en las personas heridas que me resultan difíciles. En aquellos con los que no compartiría mi vida. En las personas que más me cuestan. En ellos comienza el Adviento. En los más necesitados a los que yo no necesito. En ellos acaricio a Jesús en el vientre de María. En ellos camina Jesús vivo en este Adviento, tocando mi tierra.
Dios quiere que despierte a la verdadera misericordia en este Adviento. Quiere que lo busque a Él en los más pobres.
Como me contaba una persona: “Sé que tengo a Dios muy cerca. Lo veo en mis alumnos, en los vecinos. Él me regala su mirada y le veo en las personas más vulnerables. En mi barrio hay mucha miseria. Y mucho Dios. Me emociono cuando veo a Montse buscando tapones de plástico en los contenedores para ayudar a una niña enferma. No se da cuenta que los pocos tapones que puede juntar no son nada. Pero son mucho. Montse es una chica disminuida que malvive con sus hermanos, también disminuidos”.
Verlo en esa chica disminuida que apenas sabe vivir sola. Verlo en tantos hombres necesitados que no saben bien lo que les falta. Y me buscan, y me piden. Y yo rehúyo su mirada porque me inquieta. Quiero verlo en tantas personas heridas que buscan caricias de amor en cualquier parte.
Decía William Faulkner sobre la búsqueda de amor en el hombre: “No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. Entre el dolor y la nada elijo el dolor”.
Y comentaba Alex Rovira: Los seres humanos necesitamos para desarrollarnos ante todo caricias. Caricia entendida no sólo como el contacto de piel con piel. Una caricia es una mirada, es un gesto amable, es una mano en el hombro, es una sonrisa, es una crítica constructiva. Un signo de reconocimiento”.
Entre el dolor y la nada preferimos el dolor. Cuando no experimentamos caricias positivas buscamos caricias negativas. Mejor eso que la nada.
Por eso quiero tocar a Dios en las personas heridas. Acercarme a ellos como José a María en el Adviento. Sobrecogido, emocionado, con infinito respeto. Quiero tocar a Jesús en aquellos que buscan misericordia.
Se ha cerrado en Roma una puerta de la misericordia. Se abren infinitas puertas en medio de los hombres. Sé que cuando digo que sí a Dios y lo busco herido, se abre la puerta de mi alma para otros.
Es el Adviento un tiempo para agudizar los sentidos, despertar el alma, alertar la mirada, buscar a Dios presente entre mis manos. No quiero vivir aburguesado y cuidado. Aletargado y cansado. Salgo de mí mismo y me pongo en camino hacia los hombres.
Tiene algo de acción este tiempo de Adviento. Dejo lo que me ocupa para tener las manos libres y la mirada dispuesta a ver a Dios en todas partes.
Viene Dios y yo quiero que cambie mi corazón. Que cambie mi rabia, mi odio, ni dureza, mis espadas y mis lanzas, en arados que hagan brotar la tierra, en podaderas que hagan florecer tantas cosas que llevo dentro.
Sigo las sendas de Jesús. Me pongo a buscar sus huellas en las huellas de los hombres. Me agarro de su mano para no perder su ritmo sosteniendo tantas manos. Y me pongo a buscarlo en cualquier persona, en cualquier mirada, en cualquier lugar oculto. En medio de la noche.
Quiero encontrarlo en esa miseria que hoy me turba y desconcierta. Encontrarlo en medio de esos ruidos que no me dejan oírlo. Quiero un Adviento cargado de silencios, de paz, de noche, de estrellas. Quiero caminar por los caminos de los pastores que creyeron llenos de inocencia.
Quiero vaciar mi alma de tanto orgullo, egoísmo y miedos para abrazar otras almas sedientas. Para que me quepa dentro toda esa sed que hay en el mundo. Quiero que el anhelo de su venida crezca cada día más en mi alma.
Sé que Jesús llega para nacer en mi propia carne. Quiero que su misericordia hoy me levante de mi tibieza y me haga ser misericordioso. Quiero que aliente mi alma cansada. Robustezca mis piernas endebles.
Quiero que este tiempo de Adviento sean días de soñar más alto sin conformarme con nada. Sin que me baste mi vida mediocre. Llena de seguros que me tranquilizan.
Quiero alzar la mirada, perseverar en la entrega. Seguir por los caminos de la mano de José y de María. Con ellos voy seguro. Y Jesús en su vientre. Con la alegría de sentir su presencia en mis manos.

Cortesía de http://es.aleteia.org/

lunes, 28 de noviembre de 2016

¡El Adviento: tiempo de Espera vigilante!


Comentario al primer domingo de Adviento Ciclo "a"

Hoy empezamos un nuevo año Litúrgico y la iglesia, que es el Pueblo de Dios, se llena de inmensa alegría y se prepara con gozo a estos días de fiesta que se aproximan. Tiempo de Esperanza de un “cielo nuevo y una tierra nueva” donde habite la Justicia y la Paz y que cesen las guerras y que nadie se adiestre para matar a los demás sino para dar amor y vida en abundancia. Tiempo para “tomar conciencia” del sentido que tiene nuestra vida y de la Misión que el Señor nos encarga hasta que EL vuelva. Tiempo de CONVERSIÓN Y RECONCILIACIÓN, despertando de nuestros sueños e indiferencias, apatías e irresponsabilidad y falta de sensibilidad ante las necesidades de nuestros hermanos más próximos a nosotros.

Debemos estar VIGILANTES Y ACTIVOS, que el Señor nos encuentre UNIDOS trabajando por su Reino y cumpliendo con la tarea que nos ha encomendado. ¡Vengan, subamos al monte del Señor, elevemos nuestro espíritu, caminemos por las sendas del Señor! ¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor! Habrá PAZ dentro de sus muros y seguridad en su casa. “Las lanzas se convertirán en podaderas y de las espadas se forjarán arados y nadie se preparará para la guerra”. Cesará la violencia; nada de comilonas ni borracheras, se acabará la “corrupción y la maldad”.

El Señor nos alerta y nos pide que estemos vigilantes y preparados para su gloriosa venida, pero no de forma pasiva. Es tiempo de Misión y reencuentro. Al final de los tiempos ocurrirá lo mismo que en el tiempo de Noé; la gente compraba y bebía y se corrompía y cuando menos lo esperaban vino el “diluvio” y arrasó con todos. Hagamos de nuestros hogares “arcas de la alianza” con Dios, entremos y mantengámonos en su presencia para que seamos rescatados cuando El vuelva. Amén. FELIZ AÑO LITÚRGICO

Pbro. Pablo Urquiaga.

Imagen de Cerezo Barredo
                                                                                                                               

jueves, 24 de noviembre de 2016

El Papa advierte que el aislamiento es caldo de cultivo para el miedo y la desconfianza


En un vídeomensaje enviado al Festival de la Doctrina Social de la Iglesia, el Santo Padre explica que cuando nos ocupamos de los demás nos complicamos menos la vida que cuando estamos centrados en nosotros mismos

(ZENIT – Roma).- “Nuestra humanidad se enriquece mucho si estamos con todos los demás y en cualquier situación en que se encuentren. Lo que hace daño es el aislamiento, no el compartir”. Así lo ha indicado el papa Francisco, en un vídeomensaje enviado al Festival de la Doctrina Social de la Iglesia, que se celebra del 24 al 27 de noviembre en Verona, al norte de Italia. El encuentro, que celebra este año su VI edición, lleva por tema “En medio de la gente”.
En su mensaje, el  Papa explica que cuando se separa al pueblo de los que mandan, cuando se toman decisiones basadas en el poder y no en la compartición popular, cuando el que manda es más importante que el pueblo y las decisiones las toman unos pocos, o son anónimas, o están siempre dictadas por emergencias verdaderas o presuntas, la armonía social se ve amenazada y las consecuencias son graves para las personas: aumenta la pobreza, peligra la paz, manda el dinero y la gente está mal. Por lo tanto, estar en medio de la gente no solamente hace bien a la vida del individuo, sino que es un bien para todo el mundo.
El aislamiento “es caldo de cultivo para el miedo y la desconfianza” e “impide disfrutar de la fraternidad”, advierte el Santo Padre. De este modo,  subraya que “es necesario que nos digamos que se corren más riesgos cuando nos aislamos que cuando nos abrimos a los demás”. Así, indica que “la capacidad de hacerse daño no es propia del encuentro, sino del cierre y del rechazo”. En esta misma línea, el Pontífice asegura que “cuando nos ocupamos de los demás” “nos complicamos menos la vida que cuando estamos centrados solamente en nosotros mismos”.
Prosiguiendo con  la reflexión, asevera que estar en medio de la gente “no significa solamente ser abiertos y encontrar a los demás”, sino también “dejarse encontrar”.
Somos nosotros los que necesitamos que “nos miren”, “nos llamen”, “nos toquen”, “nos interpelen”, somos nosotros “los que necesitamos a los demás para poder participar en todo lo que solamente los demás nos pueden dar”. La relación –precisa– exige este intercambio entre las personas; la experiencia nos dice que, por lo general, de los demás recibimos más de lo que damos.
De este modo, subraya que “hay una verdadera riqueza humana entre nuestra gente”. Son innumerables –asegura– las historias de solidaridad, de ayuda, de apoyo, vividas en nuestras familias y en nuestras comunidades.
De este modo, el Papa cuenta una historia que le contaron recientemente, sobre una chica que murió con 19 años. “El dolor fue inmenso, muchísimos asistieron al funeral. Lo que sorprendió a todos no fue solo la ausencia de la desesperación, sino la percepción de una cierta serenidad”, cuenta. “Las personas, después del funeral, se decían unas a otras con asombro que habían salido de la celebración como liberadas de un peso”, explica Francisco. La madre de la joven dijo: “He recibido la gracia de la serenidad”. La vida cotidiana –indica el Santo Padre– está entretejida con estos hechos que marcan nuestra existencia: nunca pierden eficacia aunque no pasen a ser titulares de los diarios. Sucede así: “sin discursos ni explicaciones se entiende lo que en la vida vale o no la pena”.
Estar en medio de la gente, señala el Papa, también significa darse cuenta de que cada uno de nosotros es parte de un pueblo. Por eso, explica que cuando vemos el conjunto, “nuestra mirada se enriquece y resulta evidente que los papeles que desempeña cada uno dentro de la dinámica social nunca pueden ser aislados o absolutos”.  Estar en medio de la gente –añade– pone de manifiesto la pluralidad de colores, culturas, razas y religiones. “La gente nos enseña la riqueza y la belleza de la diversidad”, reconoce el Santo Padre.
Finalmente, Francisco invita a seguir el ejemplo de María, “si la miramos podremos recorrer todos los senderos de lo humano sin miedo y sin prejuicios”, con Ella, “podremos llegar a ser capaces de no excluir a nadie”.
Cortesía de https://es.zenit.org