Entre los personajes de la pasión destaca la mujer del vaso de alabastro, la que ungió a Jesús.
Ella es la única que le entiende y acompaña en el último camino, hasta que aparezcan las otras mujeres de la Cruz y de la tumba vacía (Mc 15, 40-41. 47; 16, 1-8).
Ella no es sólo la amiga, la auténtica discípula, sino también la maestra de Jesús,aquella que en el momento más alto y peligroso le asiste y le guía, le anima y le muestra el camino.
Todos los demás discuten de dinero, se ocupan de cuestiones monetarias, quién manda, cómo se puede triunfar... Todo conciben su vida en forma de comercio (¡incluso la ayuda a los pobres!). Esta mujer, en cambio, sabe y quiere mirar más alto, y así descubre la suprema tarea de la vida, confirma a Jesús, le unge como verdadero rey, de tal forma que aparece como primera "sacerdote" de la Iglesia.
Ella, una mujer innominada pero llena de vida, acompaña a Jesús, maestro y amigo y le conduce, con su gesto y su perfume, hasta la puertas del amor supremo con el don de su vida, el Miércoles Santo, víspera y anticipo del Jueve, día en que Dios, por medio ella, ilumina finalmente el destino de Jesús.
Ésta es la Mujer del Miércoles, signo y modelo de la primera Eucaristía, es decir, del primer gran recuerdo cristiano. Por eso, Jesús dice: En todas partes donde se proclame el evangelio se anunciará lo que ha hecho, para memoria de ella...).
Mañana, jueves, será el día de la eucaristía de Jesús (¡haced esto en memoria mía!), con el amor fraterno, con el descubrimiento del verdadero ministerio... Pero ese Jueves Santo sería imposible sin este Miércoles de la Unción, en la casa de Simón Leproso, en la patria nueva de Jesús, que es Betania..
Texto: Marcos 14, 3-9
3. Y estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado [a la mesa], vino una mujer llevando un frasco de alabastro lleno de un perfume de nardo auténtico, muy caro. Rompió el frasco y se lo derramó sobre su cabeza.
4 Algunos estaban indignados y comentaban entre sí: A qué viene este despilfarro de perfume? 5 Se podía haber vendido por más de trescientos denarios y habérselos dado a los pobres.
Y la injuriaban.
6 Jesús, sin embargo, replicó: Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho conmigo una obra buena. 7 A los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis, pero a mí no siempre me tendréis.8Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. 9 En verdad os digo: en cualquier lugar donde se anuncie el evangelio en todo el cosmos se dirá también lo que ella ha hecho, para memoria de ella.
Comentario
Esta escena condensa lo que ha sido y anuncia lo que será el camino de Jesús. Nos recuerda la escena del bautismo (Mc 1, 9-11): como nuevo y verdadero Juan Bautista, esta mujer unge (bautiza) a Jesús para que realice y culmine su obra (cf. 10, 38).
Esta escena nos sitúa en la casa de la iglesia, definida como hogar de un leproso, en contexto de comida, como en las multiplicaciones. Ella anticipa la sepultura de Jesús (Mc 15, 42-47) y el anuncio del evangelio en todo el cosmos... (14, 9; cf. 13,10).
Ésta es la mujer de la primera eucaristía. Sin tener en cuenta esta escena es difícil entender la trama de la pasión y de la resurrección en el evangelio de Marcos y en toda la tradición cristiana. Por eso la he presentado con cierto detalle y erudición. El lector menos interesado en precisiones exegéticas puede dejar de largo las referencias al texto griego.
Y estando en Betania... (14, 3). Betania pertenece a la tradición de la subida a Jerusalén (11, 1) y está unida a los signos de la higuera estéril y la destrucción del templo (11, 12-13). La unción nos sitúa nuevamente en ese espacio: es como si quedara un tema sin resolver, como si hubiera que expresar en otra perspectiva el sentido de la higuera (ahora fértil en Jesús) y el templo verdadero, interpretado en claves de muerte y anuncio de evangelio.
En casa de Simón, el leproso... (14, 3). La primera casa donde entró Jesús fué la de Simón, llamado Pedro, para curar a su suegra y hacerla servidora de la casa (1, 29-31). Nuestro pasaje parece evocar aquel recuerdo, para introducir el signo de esta nueva servidora de la unción. Pero aquí, en efecto de contraste, se dice que Simón es el leproso, como si el lector le conociera.
Dentro del evangelio de Marcos aparecía el leproso de 1, 40-45, a quien Jesús curó de su enfermedad, mandándole a los sacerdotes, en gesto de sumisión y obediencia legal. El leproso no cumplía ese mandato: no iba a los sacerdotes, no se integraba en el espacio de la sacralidad israelita. De esa forma anticipaba la suerte del mismo Jesús a quien vemos condenado por esos sacerdotes.
Lógicamente, el leproso reaparece aquí, en el momento oportuno, arriesgándose por Jesús y ofreciéndole su casa cuando los sanedritas deciden matarle. Frente a los impuros sacerdotes que trafican con la sangre y mantienen con muerte su dominio sobre el mundo, este puro leproso ofrece al Jesús amenazado casa y mesa.
Así emerge, frente al Templo maldecido (cueva de ladrones, dinero de muerte: cf. 11, 12-26), la casa del leproso como "iglesia" verdadera de Jesús, lugar donde vienen sus creyentes para descubrir y celebrar el sentido de su muerte. Quedaban excluidos del templo y comunión israelita los leprosos por impuros (Lev 13-1; Misna, Kelim 1, 7). Jesús en cambio fundamenta su comunidad en la casa de un leproso.
Recostado [a la mesa] (katakeimenou: 14, 3). El centro de la casa eclesial es la mesa o, mejor dicho, la comida compartida. Recordemos que Jesús se había recostado (katakeisthai: 2, 15) comiendo con Leví, el publicano, en gesto de descanso y comunicación (no de enfermedad o dolencia como en 1, 30; 2, 4). En esa postura se halla ahora. No se sienta para observar, dialogar o enseñar (con kathêmai: cf. 2, 6.14; 3, 32.34; 6, 15; 13, 3); tampoco toma asiento en la cátedra oficial de su doctrina o en el trono de su reino (con kathidso, como en 9, 35; 10, 37.40; 11, 7; 12, 37).
Está reclinado, en comida sosegada, compartida, con tiempo para dialogar, en gesto gozoso de comunicación. No come de prisa, de pie. Se recuesta con sus compañeros, en torno a una mesa baja (como indican los paralelos de 6, 26 y 14, 2l con anakeimai: recostarse sobre un plano inferior), y el sólo hecho de hacerlo muestra que en algún sentido ha culminado el tiempo de fatigas de este día (de este mundo).
Sobre ese fondo podemos recordar las multiplicaciones, con la multitud eclesial inclinada (anaklinai: 6, 39), cayendo/sentándose en el suelo (anapesein: 6, 40; 8, 6), en contacto directo con la tierra. Ahora, el grupo menor de discípulos se recuesta en torno a la mesa de la plenitud escatológica.
Vino una mujer llevando un (vaso de) alabastro con perfume de nardo...(14, 3). Esta irrupción suscita un efecto de sorpresa. Parece que los frentes están claros: sacerdotes, discípulos, Jesús... De pronto aparece una mujer (gynê, sin artículo definido). Normalmente, ella debía actuar como criada, trayendo la comida. Pero en lugar de una bandeja de alimentos trae un vaso (frasco de cristal sellado) con perfume de fiesta y gozo.
De esa forma, la comida, sin dejar de serlo, se convierte en revelación de amor y/o vida, conforme a la tradición filosófica y literaria del Simposion o banquete de la Sabiduría (evocado por Platón y la experiencia bíblica: cf. Prov 9, 1-5). Desde el fondo de la tradición emerge ella, completando el signo y función del Bautista: él le había ofrecido en el principio el agua penitencial (1, 1-8); ella ofrece a Jesús el perfume de la culminación (sepultura y mensaje).
No se dice su nombre. Sólo sabemos que es (tiene que ser) una mujer. El texto la identifica por el perfume que lleva en la mano, como señal para la vida, frente a los sacerdotes que son sacralidad para la muerte. No se sabe si responde con su gesto a un gesto precedente de Jesús (como la suegra de 1, 29-31, y quizá como el leproso de 14, 3 que le acoge porque le ha limpiado) o si actúa de forma espontánea, como representante de la esperanza universal (israelita o humana) de la vida.
Parece claro que ella es la humanidad (verdadero Israel) que recibe a su Mesías, reasumiendo en forma nueva y más alta, en el momento clave del drama mesiánico, con el perfume de muerte y vida, la función que al principio (1, 1-11) realizó el Bautista.
Rompiendo el [frasco de] alabastro lo derramó [su contenido] sobre su cabeza (14, 3). El evangelista no define la escena, dejando que lo haga la conversación ulterior (14, 4-9). Parece claro, sin embargo, que el gesto de romper (syntripsasa) está aludiendo a la muerte de Jesús: quebrado el frasco no se puede ya recomponer (pues no tiene tapón); así Jesús debe romperse para que se expanda su perfume.
La mujer unge a Jesús en la cabeza, tomándole quizá como rey, pues conforme a la tradición israelita el rey era ungido en la cabeza (1 Sam 10, 1; cf. 1 Sam 16, 13; 1 Rey 1, 39)5. El texto ofrece además otras claves. Esta mujer realiza su signo en contexto de comida, es decir, de comunicación profunda, allí donde Jesús dirá después que el vino del banquete es (=simboliza) su misma sangre derramada.
Entre el perfume del frasco que se derrama (kata-kheô) y la sangre derramada de Jesús (ek-khynnô: 14, 25) hay relación fonética, etimológica, estructural y teológica. Parece finalmente que Mc ha querido vincular la unción de esta mujer y el gesto de Jesús que se reclina para comer, desvelando así el más hondo sentido de su entrega, es decir, de su vida hecha comida para aquellos que quieran recibirle.
El simbolismo sigue abierto y podemos preguntar: ¿Qué revela a Jesús esta mujer? ¿Quiere ungirle rey? )Ofrecerle su cariño y apoyo con perfume? )Decirle como profeta de Dios que mantenga su entrega? Estas y otras respuestas son posibles, pero debe precisarlas el diálogo ulterior.
Había allí algunos que la molestaban... )a qué viene este derroche? (14, 4-5). Razonan desde claves económicas de compraventa. Ciertamente, lo hacen en actitud externa de servicio, señalando que el perfume se podía haber vendido por más de trescientos denarios (jornales), para dárselo a los pobres.
De esa forma, estos discípulos que critican a la mujer, se sitúan, estructural y literariamente, en la línea de los discípulos de 6, 37 que sólo entienden a Jesús desde el dinero y piensan que serían necesarios doscientos denarios para alimentar a la multitud que le ha seguido en descampado; frente a la lógica de compra monetaria, Jesús reveló entonces el gesto más valioso y creador de gratuidad que consiste en dar los propios panes, compartiéndolos de modo generoso.
Ahora, los participantes de esta mesa (que parecen ser los mismos discípulos) siguen argumentando de igual forma, aunque elevan la cantidad (han pasado a trescientos denarios). Entienden el camino de Jesús en claves monetarias y piensan que sólo se puede ayudar a los pobres (darles de comer) con dinero. Para ellos, el Mesías debería ser inmensamente rico, resolviendo con dinero los problemas de la tierra.
Por el contexto sabemos que los denarios (la plata de 14, 11) pertenecen al estilo de sacralidad de los sacerdotes y Judas que por dinero manejan la vida de los otros, siendo capaces de matar por ello. Jesús, por su parte, al derribar las meses de los cambistas del templo (11, 15) ha superado ese nivel, haciendo de su vida el signo supremo del banquete.
Jesús defiende a la mujer:¡Ha hecho conmigo una obra buena...! (14, 6). Frente a los discípulos que siguen manteniéndose en plano de dinero, ella ha entendido rectamente a Jesús y se lo ha dicho, ofreciéndole de un modo abundante ((con derroche!) lo más grande que tiene (su perfume) y diciéndole que él mismo es en verdad perfume derramado por los otros.
Quizá podamos presentarla como mujer que da la vida (engendra de una forma personal, desde su cuerpo hecho principio de existencia) frente a los varones que no dan sino pretenden comprar todo con dinero, en mesianismo que acaba haciéndose violento. Pero debemos recordar que, conforme al simbolismo del relato, la lección de esta mujer es para todos, varones y mujeres.
Ella ha iniciado en Jesús (y con Jesús) un gesto de ayuda superior, precisamente en contexto de banquete. Jesús aparece frente a ella en actitud receptiva: reclinado ante la mesa, en contexto de fuerte acogimiento, se deja hacer. Recibe su don, se lo agradece. Jesús se muestra así como Mesías arraigado en la historia de la humanidad que en algún sentido le ha esperado (le ha engendrado).... Para introducir a Jesús en su camino de amor pascual aparece y actúa esta mujer, como primera "sacerdotisa" del evangelio.
Tendréis siempre pobres entre vosotros, a mí no siempre me tendréis (14, 7). Todo en Jesús se ha centrado en los pobres (enfermos, marginados, hambrientos). En favor de ellos ha expandido su mensaje, por ellos ha subido a Jerusalén, dispuesto a morir para ofrecerles un camino de esperanza (destruyendo la cueva de bandidos del templo de Jerusalén donde Dios mismo se vuelve función del dinero: 11, 17).
Jesús debe culminar ese camino en favor de los pobres porque, como indica el texto, no siempre me tendréis (cf. tema del novio arrebatado: 2, 20). Parece que estamos en contexto de bodas, reflejadas en forma de banquete. Ella, la mujer, lo habría comprendido y por eso unge a Jesús, como auténtico esposo, en gesto desbordante de derroche creador de vida. Jesús lo acepta, recibe el don de la mujer y responde como representante de los pobres: lo que ha hecho con él pueden y deben hacerlo todos con los pobres, conforme a una palabra antigua de Escritura (cf. Dt 15, 11).
Ya no se puede hablar de dos maneras de servir a los demás: a unos (como a Jesús) con perfume; a otros (los pobres) con dinero. Esta mujer ha vinculado a Jesús con los pobres, ofreciéndole una ayuda de perfume (gozo nupcial) que debe abrirse a los necesitados del mundo (2, 18-22). Seguimos en contexto de multiplicaciones, debiendo dar lo que somos (hacernos pan) para los otros.
Ha hecho lo que ha podido: ha ungido mi cuerpo (sôma) para la sepultura (14, 8). Ha ofrecido a Jesús su perfume para que él se vuelva sôma, cuerpo que se entierra. Así se ha situado (ha situado a Jesús) en ámbito de entrega. Le ha entendido, le ha dicho su palabra. No hace algo externo, no anuncia a Jesús algo para luego abandonarle, sino que le habla con el signo de su vida (de mujer, persona) hecha frasco de alabastro que se rompe y expande para iluminar su vida. Jesús lo entiende así, aceptando desde la exigencia de su entrega por el reino lo que ella está diciendo y haciéndose hermeneuta de su gesto: (Ha ungido mi cuerpo para la sepultura!
Ella anticipa con su gesto aquello que Jesús define con su palabra, en perspectiva de pascua. En realidad, Jesús ya ha muerto, está ungido: ha entregado su vida en favor de los humanos. Lógicamente, cuando las mujeres de 16, 1-8 vayan al sepulcro con perfume abundante no podrán ungir su cuerpo, pues le ha ungido esta mujer para siempre. Su acción, tal como ha sido interpretada por Jesús, viene a mostrarse como analepsis pascual: anticipación de la entrega salvadora del Mesías.
En esta perspectiva ha de entenderse la palabra sôma, cuerpo, de Jesús que encontraremos de nuevo en contexto eucarístico (el pan es su sôma: 14, 22) y sepulcral (José de Arimatea entierra su sôma: 15, 43). El mismo cuerpo ungido y perfumado para la sepultura es pan que alimenta a la comunidad (recordemos los panes de las multiplicaciones que 8, 14-21 identifica con el único pan de Jesús). Esta mujer hecha perfume ha precedido a Jesús, le ha enseñado a convertirse en pan, en gesto pascual (unción de sepultura) que explicita el pasaje siguiente (14, 12-31).
Memoria de mujer, memoria de evangelio: todo el cosmos (14, 9). Desde esa perspectiva se entiende con relativa facilidad la solemne profecía de Jesús: En verdad os digo, donde se proclame el evangelio en todo el cosmos... A la muerte y/o unción de Jesús sigue el anuncio universal del evangelio, como sabe el mensaje apocalíptico de 13, 10.
Así se entiende el fin fallido de 16, 7-9: el joven de la pascua ha dicho a las mujeres que vayan a Galilea y parece que no van, porque el mensaje de Jesús desborda su esperanza (venían a ungir a un muerto, no creían en la vida). Ellas no van pero esta mujer ha ido, no como mensajera sino como parte integral del mensaje: lo que ella ha hecho con (por) Jesús pertenece al evangelio, es buena nueva de plenitud escatológica.
Es evidente que ella pertenece a la memoria (mnêmosynon autês: 14, 9) de la iglesia,en palabra de tipo eucarístico y pascual. Los paralelos extramarcanos presentan la eucaristía como anamnêsis, memoria de Jesús (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 23-25) y Mc se refiere al pan de las multiplicaciones y la barca como signo del recuerdo eclesial (cf. mnêmoneuein: 8, 18). A los discípulos les cuesta conservar la memoria activa del pan y por eso desconocen a Jesús y siguen ciegos, no sólo en esta escena sino en la que sigue (en 14, 12-31 donde culmina el tema de los panes); esta mujer, sin embargo, ha comprendido, volviéndose elemento integral de la memoria de Jesús hecha anuncio de evangelio.
Desde ese fondo tenemos que volver a la escena del sepulcro vacío (cf. 16, 1-8). Las mujeres compran perfumes y van al mnêmeion (lugar de recuerdo funerario, mnemoneuô), para conservar la memoria de Jesús en su cadáver, ungiéndolo por siempre en una tumba de Jerusalén. Pero Jesús ya no está, no se le puede recordar con perfume de muerte, pues fué ungido para la vida por esta mujer, de manera que su aroma de pascua se expande a través del evangelio en todo el cosmos (14, 9); por eso, ella pertenece a la memoria (mnêmosynon) viviente de Jesús.
Fente a la iglesia funeraria de aquellos que van al mnêma o recordatorio sepulcral de Jerusalén, se eleva así la iglesia kerigmática del anuncio pascual, vinculada al mnêmosynon o memoria de esta mujer que ha ungido a Jesús para una sepultura pascual de entrega de la vida.
Xabier Pikaza Ibarrondo
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