miércoles, 30 de marzo de 2016

Papa Francisco: Dios es más grande que nuestro pecado. ¡Quien caiga que se levante!

El Papa saluda a un enfermo. Foto: Alexey AlexeyGotovskiy / ACI Prensa

Catequesis del Papa Francisco sobre la confianza en el perdón de Dios

VATICANO, 30 Mar. 16 / 04:55 am (ACI).- El Papa Francisco habló en la catequesis de este miércoles de la misericordia de Dios y su perdón frente al pecado, para lo que reflexionó sobre el salmo 51 “Miserere”.
“Todos nosotros somos pecadores, pero con el perdón nos convertimos en criaturas nuevas, llenas del Espíritu y llenas de alegría”, explicó
“Ahora, una nueva realidad comienza para nosotros: un nuevo corazón, un nuevo espíritu, una nueva vida. Nosotros, pecadores, perdonados, que hemos acogido la gracia divina, podemos enseñar a los demás a no pecar más”.
A continuación, el texto completo de la catequesis gracias a Radio Vaticano:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Terminamos hoy las catequesis sobre la misericordia en el Antiguo Testamento, y lo hacemos meditando el Salmo 51, llamado Miserere. Se trata de una oración penitencial en la cual la súplica de perdón es precedida por la confesión de la culpa y en la cual el orante, dejándose purificar por el amor del Señor, se convierte en una nueva creatura, capaz de obediencia, de firmeza de espíritu, y de alabanza sincera.
El “título” que la antigua tradición hebrea ha puesto a este Salmo hace referencia al rey David y a su pecado con Betsabé, la mujer de Urías el Hitita. Conocemos bien los hechos. El rey David, llamado por Dios a pastorear el pueblo y a guiarlo por caminos de obediencia a la Ley divina, traiciona su propia misión y, después de haber cometido adulterio con Betsabé, hace asesinar al marido. ¡Un horrible pecado! El profeta Natán le revela su culpa y lo ayuda a reconocerlo. Es el momento de la reconciliación con Dios, en la confesión del propio pecado. ¡Y en esto David ha sido humilde, ha sido grande!
Quien ora con este Salmo está invitado a tener los mismos sentimientos de arrepentimiento y de confianza en Dios que tuvo David cuando se había arrepentido y, a pesar de ser rey, se ha humillado sin tener temor de confesar su culpa y mostrar su propia miseria al Señor, pero convencido de la certeza de su misericordia. ¡Y no era un pecado, una pequeña mentira, aquello que había hecho; había cometido adulterio y un asesinato!
El Salmo inicia con estas palabras de súplica: «¡Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! – se siente pecador – ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado!» (vv. 3-4).
La invocación está dirigida al Dios de misericordia porque, movido por un amor grande como aquel de un padre o de una madre, tenga piedad, es decir, haga gracia, muestre su favor con benevolencia y comprensión. Es un llamado a Dios, el único que puede liberar del pecado. Son usadas imágenes muy plásticas: borra, lávame, purifícame. Se manifiesta, en esta oración, la verdadera necesidad del hombre: la única cosa de la cual tenemos verdaderamente necesidad en nuestra vida es aquella de ser perdonados, liberados del mal y de sus consecuencias de muerte. Lamentablemente, la vida nos hace experimentar muchas veces estas situaciones; y sobre todo en ellas debemos confiar en la misericordia. Dios es más grande que nuestro pecado. No olvidemos esto: Dios es más grande que nuestro pecado. “Padre yo no lo sé decir, he cometido tantos graves, tantos” Dios es más grande de todos los pecados que nosotros podamos cometer. Dios es más grande de nuestro pecado. ¿Lo decimos juntos? Todos. “¡Dios – todos juntos – es más grande de nuestro pecado! Una vez más: “Dios es más grande nuestro pecado”. Una vez más: “Dios es más grande nuestro pecado”. Y su amor es un océano en el cual podemos sumergirnos sin miedo de ser superados: perdonar para Dios significa darnos la certeza que Él no nos abandona jamás. Cualquier cosa podamos reclamarnos, Él es todavía y siempre más grande de todo (Cfr. 1 Jn 3,20) porque Dios es más grande que nuestro pecado..
En este sentido, quien ora con este Salmo busca el perdón, confiesa su propia culpa, pero reconociéndola celebra la justicia y la santidad de Dios. Y luego pide todavía gracia y misericordia. El salmista confía en la bondad de Dios, sabe que el perdón divino es sumamente eficaz, porque cree lo que dice. No esconde el pecado, sino lo destruye y lo borra; pero lo borra desde la raíz no como hacen en la tintorería cuando llevamos un vestido y borran la mancha. ¡No! Dios borra nuestro pecado desde la raíz, ¡todo! Por eso el penitente se hace puro, toda mancha es eliminada y él ahora es más blanco que la nieve incontaminada. Todos nosotros somos pecadores. ¿Y esto es verdad? Si alguno de ustedes no se siente pecador que alce la mano. Ninguno, ¡eh! Todos lo somos.
Nosotros pecadores, con el perdón, nos hacemos criaturas nuevas, rebosantes de espíritu y llenos de alegría. Ahora una nueva realidad comienza para nosotros: un nuevo corazón, un nuevo espíritu, una nueva vida. Nosotros, pecadores perdonados, que hemos recibido la gracia divina, podemos incluso enseñar a los demás a no pecar más. “Pero Padre, yo soy débil: yo caigo, caigo”, ¡pero si tú caes, levántate! Cuando un niño cae, ¿Qué hace? Levanta la mano a la mamá, al papá para que lo levanten. Hagamos lo mismo. Si tú caes por debilidad en el pecado, levanta la mano: el Señor la toma y te ayudará a levantarte. Esta es la dignidad del perdón de Dios. La dignidad que nos da el perdón de Dios es aquella de levantarnos, ponernos siempre de pie, porque Él ha creado al hombre y a la mujer para estar en pie.
Dice el Salmista: «Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. […] Yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti» (vv. 12.15).
Queridos hermanos y hermanas, el perdón de Dios es aquello de lo cual todos tenemos necesidad, y es el signo más grande de su misericordia. Un don que todo pecador perdonado es llamado a compartir con cada hermano y hermana que encuentra. Todos aquellos que el Señor nos ha puesto a lado, los familiares, los amigos, los compañeros, los parroquianos… todos son, como nosotros, necesitados de la misericordia de Dios. Es bello ser perdonados, pero también tú, si quieres ser perdonado, perdona también tú. ¡Perdona! Nos conceda el Señor, por intercesión de María, Madre de misericordia, ser testigos de su perdón, que purifica el corazón y transforma la vida. Gracias.

sábado, 26 de marzo de 2016

POR DEVOLVERLE LA VIDA A JESÚS


Hermanos, esta es la gran noche, noche de paso: de la muerte a la vida. Lo que sucede en la resurrección de Jesús, y en la existencia de todo ser humano, es que estamos llamados a la vida e invitados a llevar una vida al estilo de Jesús. Oremos.
Gracias, Padre, por devolverle a la vida a Jesús.
• Que la Iglesia proclame que creer en Jesús Resucitado es creer que él es el verdadero viviente, aquel cuya vida merece llamarse vida, aquel cuya vida está avalada por Dios, la fuente de la vida.
Gracias, Padre, por devolverle a la vida a Jesús.
• Que todos nosotros no nos olvidemos que somos los hijos engendrados por el amor de nuestro Padre Dios, llamados a la luz, no amenazados por nada, rescatados de la oscuridad y destinados a la vida.
Gracias, Padre, por devolverle a la vida a Jesús.
• Que todos los niños y mayores que esta noche van a recibir el bautismo encuentren en el seno de la Iglesia la llamada a la vida y una vida de servicio en favor de los más necesitados.
Gracias, Padre, por devolverle a la vida a Jesús.
• Que todos los hombres y mujeres que hoy viven con dificultades y sufrimiento nos encuentren a todos nosotros como compañeros en su vida.
Gracias, Padre, por devolverle a la vida a Jesús.
• Que los creyentes contagiemos la alegría de la llamada a la vida que hoy nos hace Jesús y la fuerza de su presencia nos lance a nuestros hermanos.
Gracias, Padre, por devolverle a la vida a Jesús.
En esta noche santa e iluminada por la luz de la Resurrección de Jesús, te damos gracias, Padre, por el don de la vida y la invitación constante de tu hijo a proclamar la Buena Noticia. Te damos las gracias por la Resurrección de tu hijo Jesús.

Vicky Irigaray
Fe Adulta 

Sábado Santo: Esperar




ESPERAR ES FORJAR VIDA PARA QUE PUEDA SER. Esperar no es quedarse quieto, es poner el corazón en algo o en alguien y vivir en esa dirección. La esperanza es activa, es el motor del corazón, de la vida. La esperanza nos da alas, nos ilumina el alma. Esperanzarse es vivir con sentido, esperanzar a otros es darles vida. La esperanza es preñar nuestra vida de bondad y dejarla actuar para que dé fruto. Esperar es vivir al ritmo de Dios. ESPERAR ES FORJAR VIDA PARA QUE PUEDA SER.

ESPERA SIEMPRE EN EL SEÑOR TEN ÁNIMO, TEN VALOR ABRE TU CORAZÓN ESPERA SIEMPRE EN EL SEÑOR
ESPERA SIEMPRE EN EL SEÑOR NO ESTARÁS SOLO, NO HAY TEMOR NO TE FALTARÁ SU AMOR ESPERA SIEMPRE EN EL SEÑOR, EN EL SEÑOR
ESPERA SIEMPRE EN EL SEÑOR VIVE EN SU TIEMPO EN SU CALOR TODO LO CURA CON SU AMOR TODO LO CURA CON SU AMOR ESPERA SIEMPRE EN EL SEÑOR ESPERA SIEMPRE EN EL SEÑOR

Salomé Arricibita
Fe Adulta

Cortesía de http://peregrinos-robertoyruth.blogspot.com/

viernes, 25 de marzo de 2016

Oh Cruz de Cristo: La impresionante oración que el Papa escribió y rezó en Vía Crucis 2016

Foto: Martha Calderón / ACI Prensa

ROMA, 25 Mar. 16 / 04:48 pm (ACI/EWTN Noticias).- Al concluir el Via Crucis que presidió este Viernes Santo alrededor del Coliseo Romano acompañado de miles de fieles, el Papa Francisco rezó una oración que escribió especialmente para esta ocasión titulada “Oh Cruz de Cristo”.
A continuación el texto completo de la plegaria del Santo Padre:
Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.
Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.
En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz.
Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.
Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén.
Cortesía de https://www.aciprensa.com

Viernes Santo, la fuerza de Dios


El secreto de saber resistir
"Jesús se entrega al misterio de la voluntad divina"
(Ángel Moreno).- Si has llegado al límite de tus fuerzas,
si te acosan las circunstancias negativas
si te cercan noticias adversas,
si tu mente te anticipa un resultado fatal,                                                      
si crees que no hay remedio,
si te asalta la tentación de la desesperanza,
si cuanto sucede se opone a tu deseo,
EN ESA ENCRUCIJADA, TE RECOMIENDO:
Mira a Jesucristo en Getsemaní,
observa los movimientos del Maestro.
Fíjate que en su angustia se puso a orar.
Descubre el secreto de la fuerza de Jesús, su relación.
No te duermas para evadirte del problema.
No huyas ante la adversidad.
Contempla la reacción de quien sabemos que triunfó de la muerte.
OBSERVA LA ESCENA
- Jesús, en su angustia, acudió a su Padre.
- En medio de la noche recurrió a los suyos, pero no le acompañaron.
- En el silencio podemos escuchar las palabras más auténticas que pronunció:
"Abbá, que no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres", palabras que anticipan las que pronunció en la Cruz: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu".
- Jesús se levanta, no hace violencia.
- Jesús se fía de su Padre.
- Jesús se entrega al misterio de la voluntad divina
- Jesús intercede por sus amigos.
PROPUESTA
Necesitamos confiar.
Necesitamos abandonarnos, como Jesús, en manos de Dios.
Necesitamos dar fe a la Palabra divina, que nos asegura su fuerza.
Necesitamos creer en la Providencia
Necesitamos asociarnos a Jesucristo.
Necesitamos atrevernos a pronunciar: "Hágase tu voluntad".
Necesitamos sabernos mirados, acompañados, amados por Dios.
Cortesía de http://www.periodistadigital.com/

jueves, 24 de marzo de 2016

Monseñor Oscar Romero: Volver a las fuentes


El 24 de marzo, del año 1980, un hecho doloroso sacudió a la iglesia y al pueblo salvadoreño: el asesinato de Monseñor Oscar Romero, Arzobispo de San Salvador, mientras celebraba la Eucaristía. Un profeta de Nuestra América, hoy beato, cuya voz clara denunció la violencia y los atropellos contra el pueblo, que la dictadura quiso silenciar pero no pudo. Sus homilías penetraron en la mente y el corazón de los salvadoreños, que encontraron en la voz de su pastor la palabra liberadora y sanadora del Evangelio.

Romero fue coherente entre el decir y el hacer, abrazó con coraje la cruz sin claudicar a las amenazas y fiel a su pueblo, asumió la decisión de denunciar las graves violaciones de los derechos humanos desde la Catedral del Salvador. Sus homilías fueron cátedra de vida y esperanza a la luz del Evangelio, cada una de sus palabras caminaban y eran esperadas en las casas, las calles, el campo, montes y sierra, como el agua fresca que recrea el espíritu.

Monseñor Romero vivió el dolor y la incomprensión de sus pares y del Vaticano, lo identificaban como integrante de la teología de la liberación por los sectores conservadores y del gobierno salvadoreño, a quienes las denuncias del obispo irritaban mientras imponían el terror y se ocultaban en las sombras de la impunidad.

El Amor a Dios y a su pueblo fortalecieron su acción pastoral, nunca dudó cual era su lugar junto a los más pobres y necesitados. Puso el Amor en acción y fue su fuerza profética que lo llevó a abrazar la cruz y dar su vida para dar vida.

Frente a las amenazas de muerte decía: "si me matan resucitaré en mi pueblo”, como la semilla que muere para dar nueva vida y multiplicar los frutos.

Gustavo Gutiérrez nos señala que: "Tratándose de espiritualidad hay que ‘saber beber en su propio pozo‘, es el punto de partida del seguimiento de Jesús que está en nuestra propia experiencia. El agua que brota de él nos limpia de viejos aspectos de nuestro modo de ser cristianos, pero al mismo tiempo fertiliza nuestra tierra”.

En su caminar, Monseñor Romero fue descubriendo el rostro de Nuestro Señor en el pueblo salvadoreño y tuvo la conversión del corazón en la comunidad, en la aventura colectiva de ser parte espiritual, social y cultural de su pueblo.

Su martirio, como de muchos otros cristianos y no cristianos en el Salvador, da vida a la comunidad. A 36 años de su asesinato su voz permanece entre nosotros.

Siguiendo a Gustavo Gutiérrez: "En América Latina crece un movimiento de solidaridad -de ejercicio concreto de la caridad- que da fuerza histórica a los pobres y es conciente de su dimensión universal”.

El Papa Francisco supo ver el caminar del hermano Oscar Romero, su compromiso y sacrificio en la esperanza de Jesús, en su lucha por la Paz y la dignidad de los pueblos. Y viajó a El Salvador para beatificarlo.

Hemos acompañado a Monseñor Romero y a otros hermanos y hermanas desde el Evangelio, en la oración y compromiso que fertilizan las semillas de vida.
Ese otro 24 de Marzo permanece en la mente y el corazón de nuestra América, en el ayer y el hoy de los pueblos que viven la fuerza de la Esperanza en la voz profética de Monseñor Romero de América.

Adolfo Pérez Esquivel

El día que mataron a Monseñor Romero

Dos gestos: Jesús que lava los pies y Judas como en el atentado de Bruselas

El Papa celebra entre los refugiados en un centro de recepción de Roma

El Papa pide en el centro de recepción de refugiados que cada uno en su idioma y religión pida a Dios la paz y la hermandad.
(ZENIT- Roma).- El santo padre Francisco celebró este Jueves Santo por la tarde la Misa in Coena Domini, en un centro de recepción de inmigrantes en las afueras de Roma, donde se encuentran 892 huespedes de 26 nacionalidades, de los cuales 554 son musulmanes, 337 cristianos y 2 hindúes.
Las medidas de seguridad fueron definidas por los periodistas como elevadas, ellos tuvieron que abandonar el Centro de recepción de solicitantes de asilo (CARA por sus siglas en italiano), antes de la llegada del Santo Padre. No se aceptaron telecámaras fuera de las del Centro Televisivo del Vaticano
El Santo Padre llegó en una Golf azul, y saludó las autoridades y a tres intérpretes que le ayudan a conversar al final de la misa con los prófugos: Ibrahim de Afganistán, Boro de Malí, y Segen de Eritrea.
La Misa in Coena Domini, inició en el patio externo de la estructura, seguida por el rito del lavado de los pies. Allí se encontraban también dos clérigos musulmanes, un imán que se ocupa del centro de refugiados y otro de una ciudad vecina.
Lavado de los pies
El papa lavó los pies a 12 personas: tres musulmanes, un hindú, tres cristianas coptas y cinco católicos (cuatro hombres y una mujer).
El su homilía el Santo Padre señaló dos gestos: “Jesús que sirve, que lava los pies, él que era el jefe le lava los pies a los suyos, a los más pequeños, un gesto”. Y otro “el de los enemigos de Jesús, de aquellos que no quieren la paz con Jesús, que toman el dinero con el que lo traicionan, las 30 monedas”.
Y señaló que también hoy hay dos gestos: aquí “todos nosotros juntos, musulmanes, hindúes, católicos, coptos, evangélicos, hermanos, hijos del mismo Dios, que queremos vivir en paz, integrados, un gesto”. Y de otro lado “tres días atrás, un gesto de guerra, de destrucción, en una ciudad de Europa, gente que no quiere vivir en paz”.
Así “detrás de ese gesto, como detrás de Judas estaban quienes habían dado el dinero para que Jesús fuese entregado; detrás de ese otro gesto están los los traficantes de armas que quieren la sangre, no la paz, que quieren la guerra, no la fraternidad”.
“Ustedes, nosotros, todos juntos –prosiguió el Santo Padre- tenemos diversas religiones, diversas culturas, pero somos hijos de un mismo Padre, hermanos”. Y explicó que “cuando yo haré el mismo gesto de Jesús, de lavar los pies a los doce, todos nosotros hacemos el gesto de la fraternidad y todos nosotros decimos, somos diversos, somos diferentes, tenemos diversas culturas y religiones, pero somos hermanos y queremos vivir en paz. Y este es el gesto que yo hago con ustedes”.
Francisco recordó que “cada uno de nosotros tiene una historia encima, cada uno de ustedes tiene una historia encima. Tantas cruces y tantos dolores, pero también tienen un corazón abierto que quiere la fraternidad”.
Por ello pidió: “Cada uno en su lengua religiosa rece al Señor para que esta fraternidad se contagie en el mundo, para que no hayan más las treinta monedas para asesinar al hermano y para que siempre haya fraternidad y bondad”.
El Papa al concluir la misa, saludó uno a uno a todos cientos de refugiados allí presentes.

Cortesía de https://es.zenit.org/

JUEVES SANTO: SERVIR


SERVIR ES FORJAR VIDA PARA QUE PUEDA SER. Servir es ayudar de tú a tú, de corazón a corazón. Servir significa a veces renunciar a los propios planes para el bien de los otros, servir significa dignificar al otro, amarlo y cuidarlo, es decirle sin necesidad de palabras que es una persona digna de ser amada. Servir es descalzarse y arrodillarse ante la fragilidad del otro, ante la tierra sagrada de su intemperie, su necesidad, su inseguridad. Servir es dar vida, generar vida. SERVIR ES FORJAR VIDA PARA QUE PUEDA SER.

Te ciñes la toalla y te arrodillas a mis pies
Tú, mi Señor, mi Maestro, y no lo puedo entender
se remueven mis entrañas, no quiero dejarte hacer
necesito lavarme entero, y no solamente los pies
Tu mirada transparente, con amor se clava en mí
con ternura me descalzas, pides que confíe en Ti
y tu gesto me desarma y me hace comprender al fin
que quien no vive sirviendo, no sirve para vivir
QUIÉN NO VIVE PARA SERVIR,
NO SIRVE PARA VIVIR
QUIÉN NO VIVE PARA SERVIR,
NO SIRVE PARA VIVIR (bis)
QUIÉN NO VIVE PARA SERVIR,
NO SIRVE PARA VIVIR
QUIÉN NO VIVE PARA SERVIR,
NO SIRVE PARA VIVIR (bis)


Salomé Arricibita

Jueves Santo: el Papa advierte sobre las espiritualidades ‘gaseosas’ o ‘light’

Misa crismal

Invita en la misa crismal en la basílica de San Pedro a convertirse en ministros de misericordia y consolación.
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Este Jueves Santo el papa Francisco presidió la misa crismal en la basílica de San Pedro, con gran solemnidad. Concelebró junto a los cardenales, a los obispos, y a los presbíteros diocesanos y religiosos de Roma.
Durante la celebración de la misa crismal, liturgia que se celebra hoy en todas las iglesias catedrales del mundo, los sacerdotes renovaron las promesas realizadas en el momento de su ordenación, durante cuyo rito el Santo Padre pidió también que recen por él, mientras el coro pontificio de la Capilla Sixtina acompañaba la liturgia con sus cantos polifónicos en latín.
Tres grandes ánforas de plata que fueron llevadas hacia el altar, contenían el óleo de los enfermos, de los catecúmenos y el crisma, que fueron bendecidos por el Pontífice durante la celebración.
En su homilía el Papa recordó que Señor anuncia el evangelio de la misericordia incondicional del Padre para con los más pobres, los más alejados y oprimidos, y que allí precisamente somos interpelados a optar, a combatir el buen combate de la Fe. E invitó a que cada uno de nosotros, mirando su propia vida con la mirada buena de Dios, pueda hacer un ejercicio con la memoria y descubrir cómo ha practicado el Señor su misericordia para con nosotros.
Y así podamos contribuir a inculturarla, a fin de que cada persona la reciba en su propia experiencia de vida y la pueda entender y practicar creativamente en el modo de ser propio de su pueblo.
En Santo Padre añadió que recibimos “con avergonzada dignidad la misericordia en la carne herida de nuestro Señor Jesucristo y le pedimos que nos lave de todo pecado y nos libre de todo mal”.
Y que con la gracia del Espíritu Santo nos debemos comprometer a comunicar la misericordia de Dios a todos los hombres, practicando las obras que el Espíritu suscita en cada uno para el bien común de todo el pueblo fiel de Dios.
Señalo que existen dos ámbitos en los que el Señor se excede en su misericordia y los que debemos seguir su ejemplo: el ámbito del encuentro y el de su perdón, que nos avergüenza y dignifica. Y por ejemplo se preguntó: “después de confesarme, ¿festejo?”.
Advirtió también también que tantas veces estamos ciegos de la luz linda de la fe, no por no tener a mano el evangelio sino por exceso de teologías complicadas; mientras otras veces, sentimos que nuestra alma anda sedienta de espiritualidad, pero no por falta de Agua Viva sino por exceso de espiritualidades «gaseosas», de espiritualidades light, prisioneros por una mundanidad virtual que se abre o cierra con un simple click, oprimidos por la fascinación de mil propuestas de consumo que no nos podemos quitar de encima para caminar, libres, por los senderos que nos llevan al amor de nuestros hermanos, a los rebaños del Señor.
“Jesús viene a rescatarnos –concluyó el Papa– para hacernos salir, para convertirnos de pobres y ciegos, de cautivos y oprimidos en ministros de misericordia y consolación”.
Cortesía de https://es.zenit.org/

miércoles, 23 de marzo de 2016

Despedida inolvidable


También Jesús sabe que sus horas están contadas. Sin embargo no piensa en ocultarse o huir. Lo que hace es organizar una cena especial de despedida con sus amigos y amigas más cercanos. Es un momento grave y delicado para él y para sus discípulos: lo quiere vivir en toda su hondura. Es una decisión pensada.
Consciente de la inminencia de su muerte, necesita compartir con los suyos su confianza total en el Padre incluso en esta hora. Los quiere preparar para un golpe tan duro; su ejecución no les tiene que hundir en la tristeza o la desesperación. Tienen que compartir juntos los interrogantes que se despiertan en todos ellos: ¿qué va a ser del reino de Dios sin Jesús? ¿Qué deben hacer sus seguidores? ¿Dónde van a alimentar en adelante su esperanza en la venida del reino de Dios?
Al parecer, no se trata de una cena pascual. Es cierto que algunas fuentes indican que Jesús quiso celebrar con sus discípulos la cena de Pascua o séder, en la que los judíos conmemoran la liberación de la esclavitud egipcia. Sin embargo, al describir el banquete, no se hace una sola alusión a la liturgia de la Pascua, nada se dice del cordero pascual ni de las hierbas amargas que se comen esa noche, no se recuerda ritualmente la salida de Egipto, tal como estaba prescrito.
Por otra parte es impensable que esa misma noche en la que todas las familias estaban celebrando la cena más importante del calendario judío, los sumos sacerdotes y sus ayudantes lo dejaran todo para ocuparse de la detención de Jesús y organizar una reunión nocturna con el fin de ir concretando las acusaciones más graves contra él. Parece más verosímil la información de otra fuente que sitúa la cena de Jesús antes de la fiesta de Pascua, pues nos dice que Jesús es ejecutado el 14 de nisán, la víspera de Pascua. Así pues, no parece posible establecer con seguridad el carácter pascual de la última cena. Probablemente, Jesús peregrinó hasta Jerusalén para celebrar la Pascua con sus discípulos, pero no pudo llevar a cabo su deseo, pues fue detenido y ajusticiado antes de que llegara esa noche. Sin embargo sí le dio tiempo para celebrar una cena de despedida.
En cualquier caso, no es una comida ordinaria, sino una cena solemne, la última de tantas otras que habían celebrado por las aldeas de Galilea. Bebieron vino, como se hacía en las grandes ocasiones; cenaron recostados para tener una sobremesa tranquila, no sentados, como lo hacían cada día.
Probablemente no es una cena de Pascua, pero en el ambiente se respira ya la excitación de las fiestas pascuales. Los peregrinos hacen sus últimos preparativos: adquieren pan ázimo y compran su cordero pascual. Todos buscan un lugar en los albergues o en los patios y terrazas de las casas. También el grupo de Jesús busca un lugar tranquilo. Esa noche Jesús no se retira a Betania como los días anteriores. Se queda en Jerusalén. Su despedida ha de celebrarse en la ciudad santa. Los relatos dicen que celebró la cena con los Doce, pero no hemos de excluir la presencia de otros discípulos y discípulas que han venido con él en peregrinación. Sería muy extraño que, en contra de su costumbre de compartir su mesa con toda clase de gentes, incluso pecadores, Jesús adoptara de pronto una actitud tan selectiva y restringida.
¿Podemos saber qué se vivió realmente en esa cena?
Jesús vivía las comidas y cenas que hacía en Galilea como símbolo y anticipación del banquete final en el reino de Dios. Todos conocen esas comidas animadas por la fe de Jesús en el reino definitivo del Padre.
Es uno de sus rasgos característicos mientras recorre las aldeas. También esta noche, aquella cena le hace pensar en el banquete final del reino. Dos sentimientos embargan a Jesús. Primero, la certeza de su muerte inminente; no lo puede evitar: aquella es la última copa que va a compartir con los suyos; todos lo saben: no hay que hacerse ilusiones. Al mismo tiempo, su confianza inquebrantable en el reino de Dios, al que ha dedicado su vida entera. Habla con claridad: «Os aseguro: ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba, nuevo, en el reino de Dios». La muerte está próxima. Jerusalén no quiere
responder a su llamada. Su actividad como profeta y portador del reino de Dios va a ser violentamente truncada, pero su ejecución no va a impedir la llegada del reino de Dios que ha estado anunciando a todos. Jesús mantiene inalterable su fe en esa intervención salvadora de Dios. Está seguro de la validez de su mensaje. Su muerte no ha de destruir la esperanza de nadie. Dios no se echará atrás. Un día Jesús se sentará a la mesa para celebrar, con una copa en sus manos, el banquete eterno de Dios con sus hijos e hijas. Beberán un vino «nuevo» y compartirán juntos la fiesta final del Padre. La cena de esta noche es un símbolo.

Movido por esta convicción, Jesús se dispone a animar la cena contagiando a sus discípulos su esperanza.
Comienza la comida siguiendo la costumbre judía: se pone en pie, toma en sus manos pan y pronuncia, en nombre de todos, una bendición a Dios, a la que todos responden diciendo «amén». Luego rompe el pan y va distribuyendo un trozo a cada uno. Todos conocen aquel gesto. Probablemente se lo han visto hacer a Jesús en más de una ocasión. Saben lo que significa aquel rito del que preside la mesa: al obsequiarles con este trozo de pan, Jesús les hace llegar la bendición de Dios. ¡Cómo les impresionaba cuando se lo daba a los pecadores, recaudadores y prostitutas! Al recibir aquel pan, todos se sentían unidos entre sí y
con Dios. Pero aquella noche, Jesús añade unas palabras que le dan un contenido nuevo e insólito a su gesto. Mientras les distribuye el pan les va diciendo estas palabras: «Esto es mi cuerpo. Yo soy este pan. Vedme en estos trozos entregándome hasta el final, para haceros llegar la bendición del reino de Dios».

¿Qué sintieron aquellos hombres y mujeres cuando escucharon por vez primera estas palabras de Jesús?
Les sorprende mucho más lo que hace al acabar la cena. Todos conocen el rito que se acostumbra. Hacia el final de la comida, el que presidía la mesa, permaneciendo sentado, cogía en su mano derecha una copa de vino, la mantenía a un palmo de altura sobre la mesa y pronunciaba sobre ella una oración de acción de gracias por la comida, a la que todos respondían «amén». A continuación bebía de su copa, lo cual servía de señal a los demás para que cada uno bebiera de la suya. Sin embargo, aquella noche Jesús cambia el rito e invita a sus discípulos y discípulas a que todos beban de una única copa: ¡la suya! Todos comparten esa «copa de salvación» bendecida por Jesús. En esa copa que se va pasando y ofreciendo a todos, Jesús ve algo «nuevo» y peculiar que quiere explicar: «Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Mi muerte abrirá un futuro nuevo para vosotros y para todos». Jesús no piensa solo en sus discípulos más cercanos.
En este momento decisivo y crucial, el horizonte de su mirada se hace universal: la nueva Alianza, el reino definitivo de Dios será para muchos, «para todos» .
Con estos gestos proféticos de la entrega del pan y del vino, compartidos por todos, Jesús convierte aquella cena de despedida en una gran acción sacramental, la más importante de su vida, la que mejor resume su servicio al reino de Dios, la que quiere dejar grabada para siempre en sus seguidores. Quiere que sigan vinculados a él y que alimenten en él su esperanza. Que lo recuerden siempre entregado a su servicio. Seguirá siendo «el que sirve», el que ha ofrecido su vida y su muerte por ellos, el servidor de todos. Así está ahora en medio de ellos en aquella cena y así quiere que lo recuerden siempre. El pan y la copa de vino les evocará antes que nada la fiesta final del reino de Dios; la entrega de ese pan a cada uno y la participación en la misma copa les traerá a la memoria la entrega total de Jesús. «Por vosotros»: estas palabras resumen bien lo que ha sido su vida al servicio de los pobres, los enfermos, los pecadores, los despreciados, las oprimidas, todos los necesitados... Estas palabras expresan lo que va a ser ahora su muerte: se ha «desvivido» por ofrecer a todos, en nombre de Dios, acogida, curación, esperanza y perdón.
Ahora entrega su vida hasta la muerte ofreciendo a todos la salvación del Padre.
Así fue la despedida de Jesús, que quedó grabada para siempre en las comunidades cristianas. Sus seguidores no quedarán huérfanos; la comunión con él no quedará rota por su muerte; se mantendrá hasta que un día beban todos juntos la copa de «vino nuevo» en el reino de Dios. No sentirán el vacío de su ausencia: repitiendo aquella cena podrán alimentarse de su recuerdo y su presencia. Él estará con los suyos sosteniendo su esperanza; ellos prolongarán y reproducirán su servicio al reino de Dios hasta el reencuentro final. De manera germinal, Jesús está diseñando en su despedida las líneas maestras de su movimiento de seguidores: una comunidad alimentada por él mismo y dedicada totalmente a abrir caminos al reino de Dios, en una actitud de servicio humilde y fraterno, con la esperanza puesta en el reencuentro de la fiesta final.
¿Hace además Jesús un nuevo signo invitando a sus discípulos al servicio fraterno? El evangelio de Juan dice que, en un momento determinado de la cena, se levantó de la mesa y «se puso a lavar los pies de los discípulos». Según el relato, lo hizo para dar ejemplo a todos y hacerles saber que sus seguidores deberían vivir en actitud de servicio mutuo: «Lavándoos los pies unos a otros». La escena es probablemente una creación del evangelista, pero recoge de manera admirable el pensamiento de Jesús. El gesto es insólito.
En una sociedad donde está tan perfectamente determinado el rol de las personas y los grupos, es impensable que el comensal de una comida festiva, y menos aún el que preside la mesa, se ponga a realizar esta tarea humilde reservada a siervos y esclavos. Según el relato, Jesús deja su puesto y, como un esclavo, comienza a lavar los pies a los discípulos. Difícilmente se puede trazar una imagen más expresiva de lo que ha sido su vida, y de lo que quiere dejar grabado para siempre en sus seguidores. Lo ha repetido muchas veces: «El que quiera ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos». Jesús lo expresa ahora plásticamente en esta escena: limpiando los pies a sus discípulos está actuando como siervo y esclavo de todos; dentro de unas horas morirá crucificado, un castigo reservado sobre todo a esclavos.

José Antonio Pagola


Miércoles Santo, Mujer que ungió a Jesús: Para memoria de ella.


Entre los personajes de la pasión destaca la mujer del vaso de alabastro, la que ungió a Jesús.
Ella es la única que le entiende y acompaña en el último camino, hasta que aparezcan las otras mujeres de la Cruz y de la tumba vacía (Mc 15, 40-41. 47; 16, 1-8).
Ella no es sólo la amiga, la auténtica discípula, sino también la maestra de Jesús,aquella que en el momento más alto y peligroso le asiste y le guía, le anima y le muestra el camino.
Todos los demás discuten de dinero, se ocupan de cuestiones monetarias, quién manda, cómo se puede triunfar... Todo conciben su vida en forma de comercio (¡incluso la ayuda a los pobres!). Esta mujer, en cambio, sabe y quiere mirar más alto, y así descubre la suprema tarea de la vida, confirma a Jesús, le unge como verdadero rey, de tal forma que aparece como primera "sacerdote" de la Iglesia.
Ella, una mujer innominada pero llena de vida, acompaña a Jesús, maestro y amigo y le conduce, con su gesto y su perfume, hasta la puertas del amor supremo con el don de su vida, el Miércoles Santo, víspera y anticipo del Jueve, día en que Dios, por medio ella, ilumina finalmente el destino de Jesús.
Ésta es la Mujer del Miércoles, signo y modelo de la primera Eucaristía, es decir, del primer gran recuerdo cristiano. Por eso, Jesús dice: En todas partes donde se proclame el evangelio se anunciará lo que ha hecho, para memoria de ella...).
Mañana, jueves, será el día de la eucaristía de Jesús (¡haced esto en memoria mía!), con el amor fraterno, con el descubrimiento del verdadero ministerio... Pero ese Jueves Santo sería imposible sin este Miércoles de la Unción, en la casa de Simón Leproso, en la patria nueva de Jesús, que es Betania..
Texto: Marcos 14, 3-9
3. Y estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado [a la mesa], vino una mujer llevando un frasco de alabastro lleno de un perfume de nardo auténtico, muy caro. Rompió el frasco y se lo derramó sobre su cabeza.
4 Algunos estaban indignados y comentaban entre sí: A qué viene este despilfarro de perfume? 5 Se podía haber vendido por más de trescientos denarios y habérselos dado a los pobres.
Y la injuriaban.
6 Jesús, sin embargo, replicó: Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho conmigo una obra buena. 7 A los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis, pero a mí no siempre me tendréis.8Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. 9 En verdad os digo: en cualquier lugar donde se anuncie el evangelio en todo el cosmos se dirá también lo que ella ha hecho, para memoria de ella.
Comentario
Esta escena condensa lo que ha sido y anuncia lo que será el camino de Jesús. Nos recuerda la escena del bautismo (Mc 1, 9-11): como nuevo y verdadero Juan Bautista, esta mujer unge (bautiza) a Jesús para que realice y culmine su obra (cf. 10, 38).
Esta escena nos sitúa en la casa de la iglesia, definida como hogar de un leproso, en contexto de comida, como en las multiplicaciones. Ella anticipa la sepultura de Jesús (Mc 15, 42-47) y el anuncio del evangelio en todo el cosmos... (14, 9; cf. 13,10).
Ésta es la mujer de la primera eucaristía. Sin tener en cuenta esta escena es difícil entender la trama de la pasión y de la resurrección en el evangelio de Marcos y en toda la tradición cristiana. Por eso la he presentado con cierto detalle y erudición. El lector menos interesado en precisiones exegéticas puede dejar de largo las referencias al texto griego.
Y estando en Betania... (14, 3). Betania pertenece a la tradición de la subida a Jerusalén (11, 1) y está unida a los signos de la higuera estéril y la destrucción del templo (11, 12-13). La unción nos sitúa nuevamente en ese espacio: es como si quedara un tema sin resolver, como si hubiera que expresar en otra perspectiva el sentido de la higuera (ahora fértil en Jesús) y el templo verdadero, interpretado en claves de muerte y anuncio de evangelio.
En casa de Simón, el leproso... (14, 3). La primera casa donde entró Jesús fué la de Simón, llamado Pedro, para curar a su suegra y hacerla servidora de la casa (1, 29-31). Nuestro pasaje parece evocar aquel recuerdo, para introducir el signo de esta nueva servidora de la unción. Pero aquí, en efecto de contraste, se dice que Simón es el leproso, como si el lector le conociera.
Dentro del evangelio de Marcos aparecía el leproso de 1, 40-45, a quien Jesús curó de su enfermedad, mandándole a los sacerdotes, en gesto de sumisión y obediencia legal. El leproso no cumplía ese mandato: no iba a los sacerdotes, no se integraba en el espacio de la sacralidad israelita. De esa forma anticipaba la suerte del mismo Jesús a quien vemos condenado por esos sacerdotes.
Lógicamente, el leproso reaparece aquí, en el momento oportuno, arriesgándose por Jesús y ofreciéndole su casa cuando los sanedritas deciden matarle. Frente a los impuros sacerdotes que trafican con la sangre y mantienen con muerte su dominio sobre el mundo, este puro leproso ofrece al Jesús amenazado casa y mesa.
Así emerge, frente al Templo maldecido (cueva de ladrones, dinero de muerte: cf. 11, 12-26), la casa del leproso como "iglesia" verdadera de Jesús, lugar donde vienen sus creyentes para descubrir y celebrar el sentido de su muerte. Quedaban excluidos del templo y comunión israelita los leprosos por impuros (Lev 13-1; Misna, Kelim 1, 7). Jesús en cambio fundamenta su comunidad en la casa de un leproso.
Recostado [a la mesa] (katakeimenou: 14, 3). El centro de la casa eclesial es la mesa o, mejor dicho, la comida compartida. Recordemos que Jesús se había recostado (katakeisthai: 2, 15) comiendo con Leví, el publicano, en gesto de descanso y comunicación (no de enfermedad o dolencia como en 1, 30; 2, 4). En esa postura se halla ahora. No se sienta para observar, dialogar o enseñar (con kathêmai: cf. 2, 6.14; 3, 32.34; 6, 15; 13, 3); tampoco toma asiento en la cátedra oficial de su doctrina o en el trono de su reino (con kathidso, como en 9, 35; 10, 37.40; 11, 7; 12, 37).
Está reclinado, en comida sosegada, compartida, con tiempo para dialogar, en gesto gozoso de comunicación. No come de prisa, de pie. Se recuesta con sus compañeros, en torno a una mesa baja (como indican los paralelos de 6, 26 y 14, 2l con anakeimai: recostarse sobre un plano inferior), y el sólo hecho de hacerlo muestra que en algún sentido ha culminado el tiempo de fatigas de este día (de este mundo).
Sobre ese fondo podemos recordar las multiplicaciones, con la multitud eclesial inclinada (anaklinai: 6, 39), cayendo/sentándose en el suelo (anapesein: 6, 40; 8, 6), en contacto directo con la tierra. Ahora, el grupo menor de discípulos se recuesta en torno a la mesa de la plenitud escatológica.
Vino una mujer llevando un (vaso de) alabastro con perfume de nardo...(14, 3). Esta irrupción suscita un efecto de sorpresa. Parece que los frentes están claros: sacerdotes, discípulos, Jesús... De pronto aparece una mujer (gynê, sin artículo definido). Normalmente, ella debía actuar como criada, trayendo la comida. Pero en lugar de una bandeja de alimentos trae un vaso (frasco de cristal sellado) con perfume de fiesta y gozo.
De esa forma, la comida, sin dejar de serlo, se convierte en revelación de amor y/o vida, conforme a la tradición filosófica y literaria del Simposion o banquete de la Sabiduría (evocado por Platón y la experiencia bíblica: cf. Prov 9, 1-5). Desde el fondo de la tradición emerge ella, completando el signo y función del Bautista: él le había ofrecido en el principio el agua penitencial (1, 1-8); ella ofrece a Jesús el perfume de la culminación (sepultura y mensaje).
No se dice su nombre. Sólo sabemos que es (tiene que ser) una mujer. El texto la identifica por el perfume que lleva en la mano, como señal para la vida, frente a los sacerdotes que son sacralidad para la muerte. No se sabe si responde con su gesto a un gesto precedente de Jesús (como la suegra de 1, 29-31, y quizá como el leproso de 14, 3 que le acoge porque le ha limpiado) o si actúa de forma espontánea, como representante de la esperanza universal (israelita o humana) de la vida.
Parece claro que ella es la humanidad (verdadero Israel) que recibe a su Mesías, reasumiendo en forma nueva y más alta, en el momento clave del drama mesiánico, con el perfume de muerte y vida, la función que al principio (1, 1-11) realizó el Bautista.
Rompiendo el [frasco de] alabastro lo derramó [su contenido] sobre su cabeza (14, 3). El evangelista no define la escena, dejando que lo haga la conversación ulterior (14, 4-9). Parece claro, sin embargo, que el gesto de romper (syntripsasa) está aludiendo a la muerte de Jesús: quebrado el frasco no se puede ya recomponer (pues no tiene tapón); así Jesús debe romperse para que se expanda su perfume.
La mujer unge a Jesús en la cabeza, tomándole quizá como rey, pues conforme a la tradición israelita el rey era ungido en la cabeza (1 Sam 10, 1; cf. 1 Sam 16, 13; 1 Rey 1, 39)5. El texto ofrece además otras claves. Esta mujer realiza su signo en contexto de comida, es decir, de comunicación profunda, allí donde Jesús dirá después que el vino del banquete es (=simboliza) su misma sangre derramada.
Entre el perfume del frasco que se derrama (kata-kheô) y la sangre derramada de Jesús (ek-khynnô: 14, 25) hay relación fonética, etimológica, estructural y teológica. Parece finalmente que Mc ha querido vincular la unción de esta mujer y el gesto de Jesús que se reclina para comer, desvelando así el más hondo sentido de su entrega, es decir, de su vida hecha comida para aquellos que quieran recibirle.
El simbolismo sigue abierto y podemos preguntar: ¿Qué revela a Jesús esta mujer? ¿Quiere ungirle rey? )Ofrecerle su cariño y apoyo con perfume? )Decirle como profeta de Dios que mantenga su entrega? Estas y otras respuestas son posibles, pero debe precisarlas el diálogo ulterior.
Había allí algunos que la molestaban... )a qué viene este derroche? (14, 4-5). Razonan desde claves económicas de compraventa. Ciertamente, lo hacen en actitud externa de servicio, señalando que el perfume se podía haber vendido por más de trescientos denarios (jornales), para dárselo a los pobres.
De esa forma, estos discípulos que critican a la mujer, se sitúan, estructural y literariamente, en la línea de los discípulos de 6, 37 que sólo entienden a Jesús desde el dinero y piensan que serían necesarios doscientos denarios para alimentar a la multitud que le ha seguido en descampado; frente a la lógica de compra monetaria, Jesús reveló entonces el gesto más valioso y creador de gratuidad que consiste en dar los propios panes, compartiéndolos de modo generoso.
Ahora, los participantes de esta mesa (que parecen ser los mismos discípulos) siguen argumentando de igual forma, aunque elevan la cantidad (han pasado a trescientos denarios). Entienden el camino de Jesús en claves monetarias y piensan que sólo se puede ayudar a los pobres (darles de comer) con dinero. Para ellos, el Mesías debería ser inmensamente rico, resolviendo con dinero los problemas de la tierra.
Por el contexto sabemos que los denarios (la plata de 14, 11) pertenecen al estilo de sacralidad de los sacerdotes y Judas que por dinero manejan la vida de los otros, siendo capaces de matar por ello. Jesús, por su parte, al derribar las meses de los cambistas del templo (11, 15) ha superado ese nivel, haciendo de su vida el signo supremo del banquete.
Jesús defiende a la mujer:¡Ha hecho conmigo una obra buena...! (14, 6). Frente a los discípulos que siguen manteniéndose en plano de dinero, ella ha entendido rectamente a Jesús y se lo ha dicho, ofreciéndole de un modo abundante ((con derroche!) lo más grande que tiene (su perfume) y diciéndole que él mismo es en verdad perfume derramado por los otros.
Quizá podamos presentarla como mujer que da la vida (engendra de una forma personal, desde su cuerpo hecho principio de existencia) frente a los varones que no dan sino pretenden comprar todo con dinero, en mesianismo que acaba haciéndose violento. Pero debemos recordar que, conforme al simbolismo del relato, la lección de esta mujer es para todos, varones y mujeres.
Ella ha iniciado en Jesús (y con Jesús) un gesto de ayuda superior, precisamente en contexto de banquete. Jesús aparece frente a ella en actitud receptiva: reclinado ante la mesa, en contexto de fuerte acogimiento, se deja hacer. Recibe su don, se lo agradece. Jesús se muestra así como Mesías arraigado en la historia de la humanidad que en algún sentido le ha esperado (le ha engendrado).... Para introducir a Jesús en su camino de amor pascual aparece y actúa esta mujer, como primera "sacerdotisa" del evangelio.
Tendréis siempre pobres entre vosotros, a mí no siempre me tendréis (14, 7). Todo en Jesús se ha centrado en los pobres (enfermos, marginados, hambrientos). En favor de ellos ha expandido su mensaje, por ellos ha subido a Jerusalén, dispuesto a morir para ofrecerles un camino de esperanza (destruyendo la cueva de bandidos del templo de Jerusalén donde Dios mismo se vuelve función del dinero: 11, 17).
Jesús debe culminar ese camino en favor de los pobres porque, como indica el texto, no siempre me tendréis (cf. tema del novio arrebatado: 2, 20). Parece que estamos en contexto de bodas, reflejadas en forma de banquete. Ella, la mujer, lo habría comprendido y por eso unge a Jesús, como auténtico esposo, en gesto desbordante de derroche creador de vida. Jesús lo acepta, recibe el don de la mujer y responde como representante de los pobres: lo que ha hecho con él pueden y deben hacerlo todos con los pobres, conforme a una palabra antigua de Escritura (cf. Dt 15, 11).
Ya no se puede hablar de dos maneras de servir a los demás: a unos (como a Jesús) con perfume; a otros (los pobres) con dinero. Esta mujer ha vinculado a Jesús con los pobres, ofreciéndole una ayuda de perfume (gozo nupcial) que debe abrirse a los necesitados del mundo (2, 18-22). Seguimos en contexto de multiplicaciones, debiendo dar lo que somos (hacernos pan) para los otros.

Ha hecho lo que ha podido: ha ungido mi cuerpo (sôma) para la sepultura (14, 8). Ha ofrecido a Jesús su perfume para que él se vuelva sôma, cuerpo que se entierra. Así se ha situado (ha situado a Jesús) en ámbito de entrega. Le ha entendido, le ha dicho su palabra. No hace algo externo, no anuncia a Jesús algo para luego abandonarle, sino que le habla con el signo de su vida (de mujer, persona) hecha frasco de alabastro que se rompe y expande para iluminar su vida. Jesús lo entiende así, aceptando desde la exigencia de su entrega por el reino lo que ella está diciendo y haciéndose hermeneuta de su gesto: (Ha ungido mi cuerpo para la sepultura!

Ella anticipa con su gesto aquello que Jesús define con su palabra, en perspectiva de pascua. En realidad, Jesús ya ha muerto, está ungido: ha entregado su vida en favor de los humanos. Lógicamente, cuando las mujeres de 16, 1-8 vayan al sepulcro con perfume abundante no podrán ungir su cuerpo, pues le ha ungido esta mujer para siempre. Su acción, tal como ha sido interpretada por Jesús, viene a mostrarse como analepsis pascual: anticipación de la entrega salvadora del Mesías.
En esta perspectiva ha de entenderse la palabra sôma, cuerpo, de Jesús que encontraremos de nuevo en contexto eucarístico (el pan es su sôma: 14, 22) y sepulcral (José de Arimatea entierra su sôma: 15, 43). El mismo cuerpo ungido y perfumado para la sepultura es pan que alimenta a la comunidad (recordemos los panes de las multiplicaciones que 8, 14-21 identifica con el único pan de Jesús). Esta mujer hecha perfume ha precedido a Jesús, le ha enseñado a convertirse en pan, en gesto pascual (unción de sepultura) que explicita el pasaje siguiente (14, 12-31).
Memoria de mujer, memoria de evangelio: todo el cosmos (14, 9). Desde esa perspectiva se entiende con relativa facilidad la solemne profecía de Jesús: En verdad os digo, donde se proclame el evangelio en todo el cosmos... A la muerte y/o unción de Jesús sigue el anuncio universal del evangelio, como sabe el mensaje apocalíptico de 13, 10.
Así se entiende el fin fallido de 16, 7-9: el joven de la pascua ha dicho a las mujeres que vayan a Galilea y parece que no van, porque el mensaje de Jesús desborda su esperanza (venían a ungir a un muerto, no creían en la vida). Ellas no van pero esta mujer ha ido, no como mensajera sino como parte integral del mensaje: lo que ella ha hecho con (por) Jesús pertenece al evangelio, es buena nueva de plenitud escatológica.
Es evidente que ella pertenece a la memoria (mnêmosynon autês: 14, 9) de la iglesia,en palabra de tipo eucarístico y pascual. Los paralelos extramarcanos presentan la eucaristía como anamnêsis, memoria de Jesús (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 23-25) y Mc se refiere al pan de las multiplicaciones y la barca como signo del recuerdo eclesial (cf. mnêmoneuein: 8, 18). A los discípulos les cuesta conservar la memoria activa del pan y por eso desconocen a Jesús y siguen ciegos, no sólo en esta escena sino en la que sigue (en 14, 12-31 donde culmina el tema de los panes); esta mujer, sin embargo, ha comprendido, volviéndose elemento integral de la memoria de Jesús hecha anuncio de evangelio.
Desde ese fondo tenemos que volver a la escena del sepulcro vacío (cf. 16, 1-8). Las mujeres compran perfumes y van al mnêmeion (lugar de recuerdo funerario, mnemoneuô), para conservar la memoria de Jesús en su cadáver, ungiéndolo por siempre en una tumba de Jerusalén. Pero Jesús ya no está, no se le puede recordar con perfume de muerte, pues fué ungido para la vida por esta mujer, de manera que su aroma de pascua se expande a través del evangelio en todo el cosmos (14, 9); por eso, ella pertenece a la memoria (mnêmosynon) viviente de Jesús.
Fente a la iglesia funeraria de aquellos que van al mnêma o recordatorio sepulcral de Jerusalén, se eleva así la iglesia kerigmática del anuncio pascual, vinculada al mnêmosynon o memoria de esta mujer que ha ungido a Jesús para una sepultura pascual de entrega de la vida.
Xabier Pikaza Ibarrondo

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