miércoles, 31 de agosto de 2016

El Papa denuncia "visiones de la feminidad infectadas de prejuicios y sospechas que lesionan su intangible dignidad"


"Jesús nos libera y nos pone en pie. Dios nos creó de pie, no humillados"


"Que el ejemplo de Jesús nos ayude a salir al encuentro de quien está solo y necesitado"

José Manuel Vidal, 31 de agosto de 2016 a las 10:32
 Hoy, a todos nosotros pecadores, el Señor nos dice: adelante, ven, yo te perdono y te abrazo. Así es la misericordia de Dios
(José M. Vidal).- Última audiencia del verano en la Plaza de San Pedro, a la espera de la canonización de Madre Teresa. En la catequesis, el Papa Francisco retorna a donde solía: la misericordia y la ternura de Dios, que salva a los pecadores y ofrece dignidad, al tiempo que denuncia "visiones de la feminidad infectadas de prejuicios".
Lectura del pasaje del Evangelio de Mateo sobre la hemorroísa. "Si consigo tocar sus vestidos, quedaré curada...Confianza, hija mía, tu fe te ha salvado"
Algunas frases de la catequesis del Papa
"El Evangelio nos presenta una figura que destaca por su fe y su valentía"
"¡Cuánta fe tenía esta mujer!"
"No sólo está enferma, sino considerada impura y excluida de la liturgia y de la vida conyugal"
"Era una mujer descartada de la sociedad"
"Sabe y siente que Jesús puede salvarla"
"Visiones de la feminidad infectadas de prejuicios y sospechas que lesionan su intangible dignidad"
"Jesús transformó su esperanza en salvación"
"Jesús la ve y con su mirada no la echa. Su mirada es de misericordia y de ternura"
"Jesús no sólo la acoge, sino que la considera digna de tal encuentro"
"¡Cuántas veces nos sentimos interiormente descartados por nuestros muchos pecados! Y El Señor no dice, adelante, ven, para mí no eres un descartado. Es el momento de la gracia, del perdón y de la inclusión. Es el momento de la misericordia"
"Hoy, a todos nosotros pecadores, el Señor nos dice: adelante, ven, yo te perdono y te abrazo. Así es la misericordia de Dios"
"Jesús la restituye la salud y la libera de la discriminación social y religiosa y la restituye a la comunidad"
"Pensemos en los leprosos de antes o en los sintecho de hoy, descartados"
"Jesús nos libera y nos pone de nuevo en pié. Dios nos creo de pié, no humillados"
"Jesús es la única fuente de bendición"
"Jesús indica a la Iglesia el camino a recorrer"
Texto íntegro del saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas
Como hemos escuchado en el Evangelio, una mujer que sufría flujos de sangre se abrió paso entre la multitud para tocar el borde del manto de Jesús. Estaba convencida de que Jesús era el único que podía liberarla de su enfermedad y de la marginación que sufría desde hacía bastante tiempo.

Cuando la mujer tocó el manto, Jesús se volvió hacia ella y la miró con ternura y misericordia. Fue un encuentro personal, un encuentro de acogida, en el que Jesús alabó su fe sólida, capaz de superar cualquier obstáculo y adversidad.
Jesús no sólo la curò de su dolencia, sino que la libra de sus temores y complejos, le restituye su dignidad y la reintegra en la esfera del amor misericordioso de Dios. Jesús es la fuente de todo bien y de él nos viene la salvación; nosotros debemos acogerlo con fe viva y auténtica, como demostró tener esa mujer.
***
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Que el ejemplo de Jesús nos ayude a salir al encuentro de quien está solo y necesitado, para llevar su misericordia y ternura, que sana las heridas y restablece la dignidad de hijos de Dios. Muchas gracias.

Texto completo de la catequesis del Santo Padre Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio que hemos escuchado nos presenta una figura que sobresale por su fe y su coraje. Se trata de la mujer a la que Jesús curó de sus pérdidas de sangre (Cfr. Mt 9,20-22). Pasando en medio de la muchedumbre, se acerca por detrás de Jesús para tocar el borde de su manto. Pensaba: "Con sólo tocar su manto, quedaré curada" (v. 21). ¡Cuánta fe, eh! ¡Cuánta fe tenía esta mujer! Razonaba así porque estaba animada por tanta fe, tanta esperanza y, con un toque de astucia, realiza cuanto lleva en su corazón. El deseo de ser salvada por Jesús es tan grande que la hace ir más allá de las prescripciones establecidas por la ley de Moisés.
En efecto, esta pobre mujer desde hacía tantos años no sólo estaba sencillamente enferma, sino que era considerada impura porque padecía de hemorragias (Cfr. Lv 15, 19-30). Por esta razón estaba excluida de las liturgias, de la vida conyugal, de las relaciones normales con el prójimo. El evangelista Marcos añade que había consultado a muchos médicos, agotando sus medios para pagarlos y soportando tratamientos dolorosos, pero sólo había empeorado. Era una mujer descartada por la sociedad. Es importante considerar esta condición - de descartada - para entender su estado de ánimo: ella siente que Jesús puede liberarla de la enfermedad y del estado de marginación y de indignidad en el que se encuentra desde hace años. En una palabra: sabe, siente que Jesús puede salvarla.
Este caso nos hace reflexionar acerca de cómo la mujer muchas veces es percibida y representada. A todos se nos pone en guardia, también a las comunidades cristianas, contra consideraciones de la feminidad aminoradas por prejuicios y recelos ultrajantes de su intangible dignidad. En este sentido son precisamente los Evangelios los que restablecen la verdad y reconducen a un punto de vista liberatorio.
Jesús ha admirado la fe de esta mujer a la que todos evitaban y ha transformado su esperanza en salvación. No conocemos su nombre, pero las pocas líneas con las que los Evangelios describen su encuentro con Jesús trazan un itinerario de fe capaz de restablecer la verdad y la grandeza de la dignidad de toda persona. En el encuentro con Cristo se abre para todos, hombres y mujeres de todo lugar y de todo tiempo, el camino de la liberación y de la salvación.
El Evangelio de Mateo dice que cuando la mujer tocó el manto de Jesús, Él "se dio vuelta", la vio (v. 22), y le dirigió la palabra. Como decíamos, a causa de su estado de exclusión, la mujer ha actuado a escondidas, detrás de Jesús - tenía un poco de temor - para no ser vista, porque era una descartada. En cambio, Jesús la ve y su mirada no es de reproche, no dice: "¡Vete de aquí, tú eres una descartada!", como si dijera: "¡Tú eres una leprosa, vete!", ¿no? No reprocha. Sino que la mirada de Jesús es de misericordia y ternura. Él sabe lo que ha sucedido y busca el encuentro personal con ella, lo que, en el fondo, ella misma anhelaba. Esto significa que Jesús no sólo la acoge, sino que la considera digna de ese encuentro hasta el punto que le dona su palabra y su atención.
En la parte central del relato el término salvación se repite tres veces. "Con sólo tocar su manto, quedaré curada. Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: ‘Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado'" (vv. 21-22). Este "ten confianza, hija" - "confianza hija", dice Jesús - expresa toda la misericordia de Dios por aquella persona, y por toda persona descartada. Pero cuántas veces nos sentimos interiormente descartados por nuestros pecados, hemos hecho tantas, hemos hecho tantas... Y el Señor nos dice: "¡Confianza! ¡Ven! Para mí tú no eres un descartado, una descartada. Confianza, hija. Tú eres un hijo, una hija". Y éste es el momento de la gracia, es el momento del perdón, es el momento de la inclusión en la vida de Jesús, en la vida de la Iglesia. Es el momento de la misericordia. Hoy, a todos nosotros, pecadores, que somos grandes pecadores o pocos [pequeños] pecadores, pero todos lo somos, ¡eh!, a todos [nosotros] el Señor nos dice: "¡Confianza, ven! Ya no eres descartado, no eres descartada: yo te perdono, yo te abrazo".
Así es la misericordia de Dios. Debemos tener coraje e ir hacia Él; pedir perdón por nuestros pecados e ir adelante. Con coraje, como hizo esta mujer. Después, la "salvación" adquiere múltiples rasgos: ante todo devuelve la salud a la mujer; después la libera de las discriminaciones sociales y religiosas; además, realiza la esperanza que ella llevaba en su corazón anulando sus temores y su desaliento; y, en fin, la devuelve a la comunidad liberándola de la necesidad de actuar a escondidas. Y esto último es importante: un descartado siempre hace algo a escondidas [alguna vez] o toda la vida: pensemos en los leprosos de aquellos tiempos, en los sin techo de hoy... pensemos en los pecadores, ¡eh!, en nosotros pecadores: siempre hacemos algo a escondidas, como ... tenemos necesidad de hacer algo a escondidas y nos avergonzamos por lo que somos. Y Él nos libera de esto, Jesús nos libera y hace que nos pongamos de pie: "Levántate, ven. De pie". Como Dios nos ha creado: Dios nos ha creado de pie, no humillados. De pie. La salvación que Jesús da es total, reintegra a la vida de la mujer en la esfera del amor de Dios y, al mismo tiempo, la restablece en su plena dignidad.
En suma, no es el manto que la mujer ha tocado el que le da la salvación, sino la palabra de Jesús, acogida en la fe, capaz de consolarla, curarla y restablecerla en la relación con Dios y con su pueblo. Jesús es la única fuente de bendición de la que brota la salvación para todos los hombres, y la fe es la disposición fundamental para acogerla.
Jesús, una vez más, con su comportamiento lleno de misericordia, indica a la Iglesia el itinerario que debe realizar para salir al encuentro de cada persona, para que cada uno pueda ser curado en el cuerpo y en el espíritu, y recuperar la dignidad de hijos de Dios. Gracias.
Cortesía de http://www.periodistadigital.com/



sábado, 20 de agosto de 2016

“La Puerta Estrecha de Jesús”


Comentario domingo XXI del tiempo ordinario ciclo "c"

Yo soy el camino” y ese camino es “estrecho”; yo soy la “Puerta” por donde pasan mis ovejas; es una puerta estrecha pero segura que conduce a la Salvación. Son muchos los que toman la “puerta ancha” que conduce a la perdición y a la condenación; el facilismo, la flojera, la desidia, la ley del menor esfuerzo, “pónganme en donde hay”, la corrupción y la explotación de los más débiles; vivir del cuento y del esfuerzo de los demás.

Entrar por la puerta estrecha, que es Jesús significa esfuerzo y sacrificio, donación y entrega por los más necesitados; honestidad, austeridad, sencillez, justicia y equidad, compromiso en el servicio al débil e indefenso. Solo los que se esfuerzan en esto alcanzaran la Salvación.

No se trata de pertenecer a un “pueblo o Nación”, raza, cultura o “religión”. Los judíos, al igual que otras religiones (como la nuestra) pensaban que por ser “pueblo elegido” ya tenían asegurada la Salvación. La profecía de Isaías (1ra. Lectura) nos dice lo contrario: Esta “puerta” se abre a todos los pueblos y culturas para que todos aquellos que acepten entrar, formen un NUEVO PUEBLO DE DIOS, formado por diferentes personas de diversos pueblos, culturas, razas y religiones que se enriquecen en ese Nuevo Pueblo para crear el Mundo Nuevo de Dios (El Reino) en ésta tierra.

Los CRISTIANOS van a llevar a cabo esa “profecía”. No basta decir: Señor, Señor, nosotros te conocemos y hasta hemos comido contigo; es necesario perseverar en el compromiso adquirido hasta el final de tomar el “camino estrecho de Jesús” y mostrarlo más que con las palabras, con los hechos. “No es el que me dice Señor entrará en el cielo sino aquellos que cumplan con la voluntad de mi Padre”. Solo los que se esfuerzan lo alcanzarán.

En el reino de mi Padre, los que fueron considerados últimos, serán los primeros y los que eran primeros serán los últimos; aquellos que fueron llamados y no correspondieron. Amen

Pbro. Pablo Urquiaga.
Imagen de Cerezo Barredo

jueves, 18 de agosto de 2016

TEXTO: Catequesis del Papa sobre la misericordia como instrumento de comunión


VATICANO, 17 Ago. 16 / 06:26 am (ACI).- El milagro de la multiplicación de los panes y los peces, narrado en el Evangelio de San Mateo, fue el punto de partida de la catequesis del Papa Francisco sobre la misericordia como instrumento de salvación, en su Audiencia General del 17 de agosto en el Aula Pablo VI.
“Cuando Jesús con su compasión y su amor nos da una gracia, nos perdona los pecados, nos abraza, nos ama, jamás hace a mitad: todo. Como ha sucedido aquí. Todos se han saciado”, señaló el Santo Padre.
A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa Francisco sobre la misericordia como instrumento de salvación, gracias a la traducción de Radio Vaticano:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy queremos reflexionar sobre el milagro de la multiplicación de los panes. Al inicio de la narración que hace Mateo (Cfr. 14,13-21), Jesús ha apenas recibido la noticia de la muerte de Juan Bautista, y con una barca atraviesa el lago en búsqueda de «un lugar desierto para esta a solas» (v. 13).
La gente lo intuye y lo precede a pie – Él va por el lago, y la gente a pie – así que «cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos» (v. 14).
Así era Jesús: siempre con la compasión, siempre pensando en los demás. Impresiona la determinación de la gente, que teme ser dejada sola, como abandonada. Muerto Juan Bautista, profeta carismático, se encomienda a Jesús, del cual el mismo Juan había dicho: «aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo» (Mt 3,11).
Así la multitud lo sigue por todas partes, para escucharlo y para llevarle los enfermos. Y viendo esto Jesús se conmueve. Jesús no es frío, no tiene un corazón frío. Jesús es capaz de conmoverse.
De una parte, Él se siente ligado a esta multitud y no quiere que se vaya; de la otra, tiene necesidad de soledad, de oración, con el Padre. Muchas veces pasa la noche orando con su Padre.
También aquel día, el Maestro se dedicó a la gente. Su compasión no es un vago sentimiento; en cambio muestra toda la fuerza de su voluntad por estar cerca de nosotros y salvarnos. Nos ama tanto. Tanto nos ama, Jesús. Y quiere estar cerca de nosotros.
Al acercarse la tarde, Jesús se preocupa por dar de comer a todas aquellas personas, cansadas y hambrientas. Jesús cuida de cuantos lo siguen. Y quiere involucrar en esto a sus discípulos.
De hecho, les dice a ellos: «denles de comer ustedes mismos» (v. 16). Y demostró a ellos que los pocos panes y peces que tenían, con la fuerza de la fe y de la oración, podían ser compartidos por toda aquella gente. Es un milagro que hace Él, pero es el milagro de la fe, de la oración con la compasión y el amor.
Así Jesús «partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud» (v. 19).  Tomaban un pan, lo partían, lo daban y el pan todavía estaba ahí; tomaban una vez más y así han hecho sus discípulos. El Señor va al encuentro de las necesidades de los hombres, pero quiere hacer de cada uno de nosotros concretamente participes de su compasión.
Ahora detengámonos en el gesto de bendición de Jesús: Él «tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, y se los dio» (v. 19).
Como se ve, son los mismos signos que Jesús ha realizado en la Última Cena: el mismo; y son también los mismos que todo sacerdote realiza cuando celebra la Santa Eucaristía. La comunidad cristiana nace y renace continuamente de esta comunión eucarística.
Vivir la comunión con Cristo es por lo tanto otra cosa que permanecer pasivos y ajenos a la vida cotidiana, al contrario, siempre nos introduce más en la relación con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, para ofrecerles un signo concreto de la misericordia y de la atención de Cristo.
Mientras nos nutre de Cristo, la Eucaristía que celebramos también nos transforma poco a poco en cuerpo de Cristo y en alimento espiritual para nuestros hermanos. Jesús quiere alcanzar a todos, para llevar a todos el amor de Dios. Por esto hace de cada creyente servidor de la misericordia.
Así Jesús ve a la gente, siente compasión, multiplica los panes y lo mismo hace con la Eucaristía. Y nosotros creyentes que recibimos este pan somos impulsados por Jesús a llevar este servicio a los demás, con la misma compasión de Jesús. Este es el camino.
La narración de la multiplicación de los panes y de los peces se concluye con la constatación de que todos se han saciado y con la recolección de los pedazos que sobraron (Cfr. v. 20).
Cuando Jesús con su compasión y su amor nos da una gracia, nos perdona los pecados, nos abraza, nos ama, jamás hace a mitad: todo. Como ha sucedido aquí. Todos se han saciado. Jesús llena nuestro corazón y nuestra vida de su amor, de su perdón, de su compasión.
Jesús pues ha permitido a sus discípulos seguir su orden. De este modo ellos conocen el camino a seguir: saciar al pueblo y tenerlo unido; es decir, estar al servicio de la vida y de la comunión.
Pues invoquemos al Señor, para que haga siempre a su Iglesia capaz de este santo servicio, y para que cada uno de nosotros pueda ser instrumento de comunión en su propia familia, en el trabajo, en la parroquia y en los grupos de pertenencia, un signo visible de la misericordia de Dios que no quiere dejar a nadie en la soledad y en la necesidad, para que descienda la comunión y la paz entre los hombres y la comunión de los hombres con Dios, porque esta comunión es vida para todos. Gracias.
Cortesía de https://www.aciprensa.com

“Dios preparó mi corazón para responder así”, dice atleta que ayudó a su rival


Hamblin y D’Agostino, un gesto admirable de deportividad y fe cristiana en los Juegos Olímpicos de Río


Después de chocar contra una de sus compañeras corredoras durante la eliminatoria de 5.000 metros el martes, la corredora estadounidense Abbey D’Agostino podría haber seguido corriendo.
De hecho, su entrenador incluso le había prevenido antes de la carrera: “Si te caes (…), te levantas, te sacudes el polvo, echas un vistazo a tu alrededor y de vuelta a la carrera inmediatamente”.
Pero en vez de eso, miró a su alrededor y ayudó a levantarse a la neozelandesa Nikki Hamblin y la alentó para que terminara la carrera, diciéndole: “Levanta. Tenemos que terminar”.
Nunca antes se habían encontrado antes Hamblin y D’Agostino, así que la corredora de Nueva Zelanda quedó impactada con la generosa preocupación que su competidora demostró en medio de una carrera olímpica.
Hamblin comentaría después del encuentro que “esa chica es el mismísimo espíritu olímpico (…). Nunca nos habíamos visto antes. En serio, no nos conocíamos de nada. Así que es todo increíble. Ella es una mujer increíble”.
Hamblin y D’Agostino continuaron la carrera codo a codo, pues resultó que D’Agostino estaba lesionada de más gravedad que Hamblin y tenía problemas para terminar la carrera. Hamblin quiso devolverle el favor y fue infundiendo ánimos a la dolorida D’Agostino.
A pesar de correr con un dolor angustiante, D’Agostino terminó la carrera detrás de Hamblin y salió del lugar en silla de ruedas.
A ambas corredoras les permitieron el acceso a la final, pero después de una resonancia magnética el miércoles, D’Agostino descubrió que tenía el ligamento cruzado anterior completamente roto y que no podrá correr durante algún tiempo.
Este suceso digno de admiración está recibiendo por doquier la definición de “auténtico espíritu olímpico” y es un maravilloso ejemplo de “deportividad”, pero en realidad quedaría mejor descrito como una expresión de la fiel y profunda fe cristiana de D’Agostino.
Así lo afirmó en una declaración a los medios: “Aunque mis acciones fueron instintivas en aquel momento, la única forma que puedo explicarlo racionalmente es que Dios preparó mi corazón para responder así (…). Durante todo este tiempo aquí, Él me dejó claro que esta experiencia en Río iba a ser para mí algo más que mi rendimiento en la carrera; y en el momento que Nikki se puso de pie, supe que se trataba de eso”.
D’Agostino siempre ha hablado abiertamente de su fe en Dios y comparte comentarios sobre ello con frecuencia en las redes sociales. La deportista atribuye a su fe la fuerza motivadora durante su trayectoria atlética y explica el papel que la fe tiene en su vida en una entrevista con Julia Hanlon.
“Sentí la paz que surge de reconocer que no voy a correr esta carrera con mis propias fuerzas. Y creo que reconocer estos miedos ante Dios es lo que me permitió sentir esa paz y lo que me atrajo a ella, y quería conocer al Dios que obraría de esta forma en toda mi vida”.
Además de mantener una rutina rigurosa de entrenamiento, D’Agostino se levanta cada mañana escuchando música de adoración, lee su Biblia y lleva un diario de las múltiples gracias que ha recibido.
Descansar los domingos forma también parte de su vida espiritual y física, algo que permite a su cuerpo recuperarse y a su alma elevarse con la oración. A menudo siente la presencia de Dios cuando corre y eso la empuja a dar lo mejor de sí misma.
El simple gesto de bondad de D’Agostino no la hará merecedora de ninguna medalla olímpica y es posible que el acontecimiento no quede registrado oficialmente en los libros de récords.
El día de la final el viernes, el mero hecho de formar en la línea de salida le habría regalado una ovación con todo el público en pie, pero no podrá disfrutar de ese reconocimiento debido a su lesión.
Sin embargo, su acto de caridad y su autosacrificio seguirá inspirando al mundo en los años venideros; perdurará mucho más tiempo en los corazones de todos que las medallas de oro que se entregaron esa noche.
Al final, D’Agostino demostró al mundo que ganar no lo es todo. Como diría una vez la Madre Teresa, “Dios no nos llama a ser exitosos, sino a que seamos fieles”.


Cortesía de http://es.aleteia.org/

sábado, 6 de agosto de 2016

“A quien mucho se le da, mucho se le exigirá”


Comentario domingo XIX del tiempo ordinario ciclo "c"

“Cada cual recibirá según su necesidad y dará según su capacidad”. Así nuestro PADRE DIOS iguala equitativamente las diferencias de los seres humanos que EL creó. Cada cual ha recibido un “don” del Espíritu Santo para producir bienes al servicio de los demás según sus capacidades.

Nadie es mejor ni peor que nadie; tampoco recibe los dones por mérito propio; los dones son un “regalo de Dios” que nadie merece. Hay diferentes dones pero uno solo es el ESPIRITU que los distribuye según la capacidad de cada cual para que cumplamos con ellos la Misión que el PADRE DIOS nos encomienda. 

Debemos estar siempre “VIGILANTES” para cuidar esos dones y hacerlos producir continuamente y así no permitir que el enemigo nos los arrebate o los desvíe del propósito de nuestro Dios. Ahí tenemos el ejemplo de nuestro “padre en la Fe, Abraham” que fue siempre dócil y obediente a la voluntad de Dios aunque a veces no la entendamos al momento pero Él tiene su propósito para con nosotros.

Somos “administradores” de esos dones del Señor y no “dueños”; por lo tanto, no podemos hacer con ellos lo que nos dé la gana. Si los descuidamos o lo “mal usamos”, los perderemos y arruinaremos nuestro propósito de Vida. Los dones crecen al compartirlo, poniéndolos al servicio de los demás; no son para el servicio de nosotros mismos. Somos responsables de esos dones; al final de nuestra vida se nos pedirá cuentas de lo que hemos hecho con ellos. Amén. 
Pbro. Pablo Urquiaga.
Imagen de Cerezo Barredo



jueves, 4 de agosto de 2016

El Papa tras las huellas de Francisco: "Aquí, en la Porciúncula, todo habla de perdón"


"La vía del perdón puede renovar verdaderamente la Iglesia y el mundo"


"El mundo necesita el perdón; demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio"

José Manuel Vidal, 04 de agosto de 2016 a las 15:44
(José M. Vidal).- A los pies del mendigo del perdón de Dios para todos. El Papa Francisco en la Porciúncula de San Francisco de Asís. En el lugar de la gran perdonanza, Bergoglio proclama un canto al perdón y a la misericordia, como "la vía que puede removar la Iglesia y el mundo". Un mundo que "necesita el perdón", porque "muchas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio".
Tras cruzar la puerta de la misericordia, engalanada con flores blancas, Francisco deposita un ramo de flores En el altar de la pequeña iglesia de la Porciúnculay se sienta a rezar. Mucho tiempo. En silencio, en la semiosrucidad de la iglesita del santo de Asís.
A su lado, sólo uno de sus ayudantes, el superior general de los Franciscanos, padre Perry, y el custodio de la Basílica de Asís.
Tras salir de la iglesita, el Papa saluda a los obispos y se sube aun pequeño estrado. Un speaker explica que hace 800 años San Francisco recibió aquí la gracia del Perdón de Asís. El Papa inicia la oración del acto penitencial.
Se lee el pasaje del Evangelio del perdón: "Setenta veces siete". El Papa se dirige al atril y pronuncia su discurso.
Texto íntegro de las palabras del Papa en Asís
Queridos hermanos y hermanas
Quisiera recordar hoy, ante todo, las palabras que, según la antigua tradición, san Francisco pronunció justamente aquí ante todo el pueblo y los obispos: «Quiero enviaros a todos al paraíso». ¿Qué cosa más hermosa podía pedir el Poverello de Asís, si no el don de la salvación, de la vida eterna con Dios y de la alegría sin fin, que Jesús obtuvo para nosotros con su muerte y resurrección?
El paraíso, después de todo, ¿qué es sino ese misterio de amor que nos une por siempre con Dios para contemplarlo sin fin? La Iglesia profesa desde siempre esta fe cuando dice creer en la comunión de los santos. Jamás estamos solos cuando vivimos la fe; nos hacen compañía los santos y los beatos, y también las personas queridas que han vivido con sencillez y alegría la fe, y la han testimoniado con su vida. Hay un nexo invisible, pero no por eso menos real, que nos hace ser «un solo cuerpo», en virtud del único Bautismo recibido, animados por «un solo Espíritu» (cf. Ef 4,4).

Quizás san Francisco, cuando pedía al Papa Honorio III la gracia de la indulgencia para quienes venían a la Porciúncula, pensaba en estas palabras de Jesús a sus discípulos: «En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros» (Jn 14,2-3).
La vía maestra es ciertamente la del perdón, que se debe recorrer para lograr ese puesto en el paraíso. Y aquí, en la Porciúncula, todo habla de perdón. Qué gran regalo nos ha hecho el Señor enseñándonos a perdonar para experimentar en carne propia la misericordia del Padre. Hemos escuchado hace unos instantes la parábola con la que Jesús nos enseña a perdonar (cf. Mt 18,21-35).
¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal? Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más. La parábola nos dice justamente esto: como Dios nos perdona, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal. Exactamente como en la oración que Jesús nos enseñó, el Padre Nuestro, cuando decimos: «Perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo» (Mt 6,12). Las deudas son nuestros pecados ante Dios, y nuestros deudores son aquellos que nosotros debemos perdonar.
Cada uno de nosotros podría ser ese siervo de la parábola que tiene que pagar una gran deuda, pero es tan grande que jamás podría lograrlo. También nosotros, cuando en el confesionario nos ponemos de rodillas ante el sacerdote, repetimos simplemente el mismo gesto del siervo. Decimos: «Señor, ten paciencia conmigo». En efecto, sabemos bien que estamos llenos de defectos y recaemos frecuentemente en los mismos pecados.
Sin embargo, Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos. Es un perdón pleno, total, con el que nos da la certeza de que, aun cuando podemos recaer en los mismos pecados, él tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos. Como el rey de la parábola, Dios se apiada, prueba un sentimiento de piedad junto con el de la ternura: es una expresión para indicar su misericordia para con nosotros. Nuestro Padre se apiada siempre cuando estamos arrepentidos, y nos manda a casa con el corazón tranquilo y sereno, diciéndonos que nos ha liberado y perdonado todo. El perdón de Dios no conoce límites; va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce, en el íntimo del corazón, haberse equivocado y quiere volver a él. Dios mira el corazón que pide ser perdonado.
El problema, desgraciadamente, surge cuando nosotros nos ponemos a confrontarnos con nuestro hermano que nos ha hecho una pequeña injusticia. La reacción que hemos escuchado en la parábola es muy expresiva: «Págame lo que me debes» (Mt 18,28). En esta escena encontramos todo el drama de nuestras relaciones humanas. Cuando estamos nosotros en deuda con los demás, pretendemos la misericordia; en cambio cuando estamos en crédito, invocamos la justicia.
Esta no es la reacción del discípulo de Cristo ni puede ser el estilo de vida de los cristianos. Jesús nos enseña a perdonar, y a hacerlo sin límites: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (v. 22). Así pues, lo que nos propone es el amor del Padre, no nuestra pretensión de justicia. En efecto, limitarnos a lo justo, no nos mostraría como discípulos de Cristo, que han obtenido misericordia a los pies de la cruz sólo en virtud del amor del Hijo de Dios. No olvidemos, las palabras severas con las que se concluye la parábola: «Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano» (v. 35).
Queridos hermanos y hermanas: el perdón del que nos habla san Francisco se ha hecho «cauce» aquí en la Porciúncula, y continúa a «generar paraíso» todavía después de ocho siglos. En este Año Santo de la Misericordia, es todavía más evidente cómo la vía del perdón puede renovar verdaderamente la Iglesia y el mundo. Ofrecer el testimonio de la misericordia en el mundo de hoy es una tarea que ninguno de nosotros puede rehuir. El mundo necesita el perdón; demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio, porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás, en lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz. Pedimos a san Francisco que interceda por nosotros, para que jamás renunciemos a ser signos humildes de perdón e instrumentos de misericordia.
"Os invito a ir al confesonario. También yo iré. Para recibir el perdón. Nos hará bien recibirlo hoy y aquí.
"Porque Dios siempre nos tapa la boca, como al hijo pródigo, y nos abrazará y nos vestirá"
"Tengo miedo a hacer lo mismo. Vuelva. El Padre siempre mira al camino"
Tras la homilía, el Papa se sienta un rato y, después, se confiesa y, a continuación, se sienta él mismo en un confesonario.
Cortesía de http://www.periodistadigital.com/

miércoles, 3 de agosto de 2016

Papa Francisco: "la parroquia, una estructura «siempre válida» pero que debe ser renovada"


Encuentro del Papa con los obispos polacos


Esto es lo que Papa Francisco dijo durante el encuentro con los obispos polacos durante la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia. Fue un diálogo a puerta cerrada que se llevó a cabo el 27 de julio en la Catedral. El padre Federico Lombardi, desde hace dos días ex director de la Sala de prensa de la Santa Sede, había indicado que se trató de un encuentro con un clima «muy simple y familiar», y había insistido en que «la mayor parte de los obispos son simples, no son las viejas guardias que ponen un poco en dificultades, pero no es que haya misterios, el encuentro se desarrolló en absoluta familiaridad».
Ningún misterio, de hecho, pues hoy el Vaticano publicó la transcripción del encuentro con los obispos polacos, que hicieron cuatro preguntas al Papa. El tema de la teoría de género fue uno de los temas particularmente afrontados por Papa Bergoglio, quien afirmó que está de acuerdo con su predecesor Benedicto XVI: «Esta es la época del pecado contra el Creador».
«En Europa, en América, en América Latina, en África, en algunos países de Asia, hay verdaderas colonizaciones ideológicas -repitió. Y una de estas, lo digo claramente con ‘nombre y apellido’, es la teoría de género».
«Hoy a los niños (¡a los niños!) se les enseña esto en la escuela: que cada quien puede elegir el sexo. ¿Y por qué enseñan esto? Porque los libros son los de las personas y de las instituciones que te dan el dinero. Son las colonizaciones ideológicas, apoyadas también por países muy influyentes. Y esto es terrible. Hablando con Papa Benedicto -refirió-, que está bien y tiene un pensamiento claro, me dijo: ‘Santidad, ¡esta es la época del pecado contra Dios, el Creador!’ ¡Es inteligente! Dios ha creado al hombre y a la mujer; Dios ha creado el mundo así, así y así… y nosotros estamos haciendo lo contrario».
El obispo de Roma también reflexionó sobre la situación de la parroquia, una estructura «siempre válida» pero que debe ser renovada. «¡El problema -hizo presente Francisco- es cómo planteo la parroquia! Hay parroquias con secretarías parroquiales que parecen ‘discípulas de satanás’, ¡que espantan a la gente!.
Parroquias con las puertas cerradas. Pero también hay parroquias con las puertas abiertas, parroquias en las que, cuando alguien va a preguntar, se dice: ‘¿Sí, sí? Pásele, ¿cuál es el problema?’. Y se escucha con paciencia».
El Papa subrayó que en la actualidad ser párroco es cansado, pero «el Señor nos ha llamado a nosotros para que nos cansemos un poquito, para trabajar, no para descansar». Después contó lo que sucedía en una parroquia de Buenos Aires: «Cuando los novios llegaban: ‘Nosotros queremos casarnos aquí’. ‘Sí -decía la secretaría- estos son los precios’. Esto no funciona, una parroquia así no funciona», exclamó.
Sobre la descristianización: «la secularización del mundo entero es fuerte. Es muy fuerte. Pero algunos dicen: ‘Sí, es fuerte, pero se ven fenómenos de religiosidad, como si el sentido religioso se despertara’. Y esto puede también ser un peligro. Creo que nosotros, en este mundo tan secularizado, también tenemos el otro peligro, de la espiritualización gnóstica. Esta secularización nos da la posibilidad de hacer crecer una vida espiritual un poco gnóstica».
Francisco recordó «que fue la primera herejía de la Iglesia: el apóstol Juan dio de palos a los gnósticos (¡y cómo, y con qué fuerza!), en donde hay una espiritualidad subjetiva, sin Cristo. El problema más grave, para mí, de esta secularización es la descristianización: quitar a Cristo, quitar al Hijo. Yo rezo, escucho… y nada más. Esto es gnosticismo».
Encontrar, observó, «a Dios sin Cristo, un Dios sin Cristo, un pueblo sin Iglesia. ¿Por qué? Porque la Iglesia es la Madre, la que te da la vida, y Cristo es el Hermano mayor, el Hijo del Padre, que te revela el nombre del Padre. Una Iglesia huérfana: el gnosticismo de hoy, puesto que se trata de una descristianización, sin cristo, nos lleva a una Iglesia, digamos mejor, a cristianos, a un pueblo huérfano. Y nosotros debemos hacer que nuestro pueblo escuche esto».
El consejo del Pontífice: «La cercanía. Hoy, nosotros, servidores del Señor (obispos, sacerdotes, consagrados, laicos convencidos), debemos estar cerca del pueblo de Dios. Sin cercanía solo hay palabra sin carne». Por ello hay que pasar por las obras de misericordia, «tanto corporales como espirituales».
«‘Pero, usted dice estas cosas porque está de moda hablar de la misericordia en este año’… ¡No! ¡Es el Evangelio!. La cercanía es tocar la carne que sufre de Cristo». Y la Iglesia, «la gloria de la Iglesia -añadió- son los mártires, claro, pero hay también muchos hombres y mujeres que han dejado todo y han pasado sus vidas en los hospitales, en las escuelas, con niños, con los enfermos».
El Papa contó que en su viaje a República Centroafricana «había una monjita, tenía 83 u 84 años, flaca, buena, con una niña… Y vino a saludarme: ‘Yo no soy de acá, soy del otro lado del río, del Congo pero cada vez, una vez a la semana, vengo a hacer la compra porque es más conveniente’. Me dijo la edad: 83-84 años. ‘Desde hace 23 años estoy aquí, soy enfermera obstétrica, he hecho nacer dos o tres mil niños’. ‘Ah, y ¿viene acá sola?’ ‘Sí, con la canoa…’ ¡A 83 años! Con la canoa se echaba una horita y llegaba».
Para Jorge Mario Bergoglio «esta mujer, y muchas como ella, han dejado su país (es italiana, de Brescia), han dejado su país para tocar la carne de Cristo. Si nosotros vamos a estos países de misión, en la Amazonía, en América Latina, en los cementerios encontramos las tumbas de muchos hombres y mujeres, religiosos que han muerto jóvenes, por las enfermedades de aquella tierra y no tenían anticuerpos, y morían jóvenes».
El Papa precisó que «esta de la misericordia no es una cosa que se me ocurrió a mí. Este es un proceso. Si nosotros vemos, ya el beato Pablo VI veía algunas cosas sobre la misericordia. Después, san Juan Pablo II fue el gigante de la misericordia, con la Encíclica ‘Dives in misericordia’, la canonización de santa Faustina, y luego la octava Pascua: murió antes de ese día», la fiesta de la Divina Misericordia, instituida por él mismo.
Hablando sobre el asesinato del padre Jacques Hamel, afirmó: «Ideologías, sí, pero ¡cuán es la ideología de hoy, que está en el centro y que es la madre de las corrupciones, de las guerras? La idolatría del dinero. El hombre y la mujer ya no son el ápice de la creación, allí han puesto al dinero, y todo se compra y se vende por dinero. En el centro, el dinero».
«Un gran católico me contó, escandalizado —continuó—, que fue a ver a un amigo empresario: ‘Te voy a enseñar cómo gano 20 mil dólares sin moverme de mi casa’. Y con la computadora, desde California, hizo una compra de no sé qué cosa y la vendió en China: en 20 minutos, en menos de 20 minutos, había ganado los 20 mil dólares. ¡Todo es líquido!».
Sobre los migrantes dijo que, al hablar con economistas mundiales, «que ven este problema, dicen: ‘Nosotros tenemos que invertir en aquellos países’», de los que provienen. «Haciendo inversiones —explicó— tendrán trabajo y no necesitarán migrar. ¡Pero está la guerra!». La guerra «de las tribus, algunas guerras ideológicas o algunas guerras artificiales, preparadas por los traficantes de armas que viven de esto: ta dan las armas a ti que estás contra aquellos, y a aquellos que están contra ti. ¡Y así viven ellos! De verdad la corrupción es el origen de la migración».
Entonces, «¿qué hay que hacer? Yo creo que cada país debe ver cómo y cuándo: no todos los países son iguales; no todos los países tienen las mismas posibilidades. Sí, ¡pero tienen la posibilidad de ser generosos! Generosos como cristianos. No podemos invertir allí, pero para los que vienen… ¿Cuántos y cómo?».
No es posible «dar una respuesta universal, porque la acogida depende de la situación de cada país y también de la cultura. Pero claro que se pueden hacer cosas. Por ejemplo: la oración. Una vez a la semana la oración al Santísimo Sacramento con oración por todos los que tocan a las puertas de Europa y no logran entrar. Algunos lo logran, otros no… Luego entra uno y emprende un camino que genera miedo».
Hay países «que han sabido integrar bien a los migrantes, ¡desde hace años! Han sabido integrarlos bien. En otros, desgraciadamente, se han formado como guetos». Hay una «reforma que hay que hacer a nivel mundial sobre este compromiso, sobre la acogida. Pero es, de cualquier manera, un aspecto relativo: absoluto es el corazón abierto a acoger. ¡Esto es lo absoluto! Con la oración, la intercesión, hacer lo que yo puedo. ¡Pero el problema es mundial! La explotación de la Creación, y la explotación de las personas. Nosotros estamos viviendo un momento de aniquilación del hombre como imagen de Dios».

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