Cuando Salomón, hijo de David, fue proclamado "rey de Israel", sintió la necesidad de acudir a Yahvé, su Dios, en oración para pedirle que le ayudara a cumplir con aquella importante misión que superaba sus capacidades ya que solo era apenas un muchacho. No pidió ejércitos, ni armas, ni riquezas, ni lujos ni placeres; solo pidió LA SABIDURIA.
Ella es la "reina de todas las virtudes" ya que a través de ella se alcanzan las demás virtudes. Con la "Sabiduría de Dios" alcanzamos la prudencia, la pureza, la humildad, la sencillez, la compasión, la misericordia, la justicia y la Paz. Así podremos ser imparciales y no hacer distinciones de clases ni de personas y lograr el bienestar para todo el pueblo.
A Dios le agradó aquella oración y con la Sabiduría que recibió pudo gobernar a su pueblo y llevarlo al esplendor de la prosperidad y la felicidad. Su fama se extendió por toda la comarca. Con la Sabiduría de Dios pudo conseguir riquezas y todos los demás bienes necesarios para el bien de todo su pueblo a quien debía gobernar. La soberbia, el orgullo, la idolatría y la frivolidad llena-ron su corazón y se apartó del camino que Dios le señalaba y así perdió la Sabiduría y se volvió "necio", trayendo la desgracia para él, su familia y para todo el pueblo. Todo se derrumbó dentro de él y vino la corrupción y la división de sus hijos y de su "reino"; se hicieron la guerra y destruyeron la Nación.
Seamos Sabios y no necios: "Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último y servidor de todos", nos dice el Señor en el Evangelio de hoy. Hay que hacerse como niños; humildes y sencillos; pacíficos y tiernos. En ellos encontramos a Dios y a su Reino. Amen
Pbro. Pablo Urquiaga.
Imagen de Cerezo Barredo
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