Comentario domingo XIII del Tiempo ordinario A
“Hemos crucificado nuestra vieja naturaleza en la cruz de Cristo para no se-guir siendo esclavos del pecado y podamos ser LIBRES y así vivir la Nueva Vida del Resucitado” (Rom.6, 3-11). “Si morimos en Cristo con una muerte seme-jante a la suya; también nos uniremos a El con una Resurrección como la su-ya. Aleluya”.
“El que no toma su cruz y me sigue, no puede ser discípulo mío”. La “CRUZ DE CRISTO” es un “yugo suave y una carga ligera” si la cargamos con El. Ella trae-rá sus consecuencias pero también su recompensa. La Cruz Cristiana no hay que buscarla; ella vendrá a nosotros a través de nuestro compromiso por la causa de Jesús.
Cuando servimos a los demás debemos morir a nuestro egoísmo e interés mezquino, a nuestra comodidad para que el otro viva y sea feliz. ¡Dichosos ustedes cuando son perseguidos y rechazados por mi causa! Ese “sacrificio” que uno hace por el bien de los demás adquiere un sentido “redentor”; es muy distinto al “sufrimiento masoquista” de sentir “placer en el dolor” o el de una enfermedad o tragedia. Jesús vino a este mundo a liberarnos y sanar-nos de esos sufrimientos porque El quiere que sus hijos sean felices.
La Cruz de Jesús es señal de VICTORIA ya que es consecuencia de su entrega y amor por nosotros. Es por eso que no debemos avergonzarnos por llevarla en el pecho pero sobre todo en nuestros corazones como lo hicieron San Pedro y San Pablo, cuya fiesta celebrábamos en estos días. Ellos supieron asumir con valentía la ignominia de la cruz por la causa del Reino del Padre; a uno lo decapitaron y al otro lo clavaron en una cruz “de cabeza” pues no se sentía digno de ser crucificado como su Señor.
¡Al pecho llevo una cruz y en mi corazón lo que dice Jesús! Amén
Pbro. Pablo Urquiaga.
Imagen de Cerezo Barredo
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