Comentario domingo de la Santísima Trinidad Ciclo A
La presencia de Cristo en la Eucaristía es la señal más profunda y maravillosa del Amor de Dios para con nosotros. No solo le bastó dar su vida, sino se quedó entre nosotros para seguir “dándonos vida”; alimentándonos y deseando habitar dentro de nosotros. Él es el verdadero PAN DEL CIELO; el que lo coma tendrá Vida Eterna.
Recibir su CUERPO, que es su Persona y su SANGRE que es su VIDA, nos compromete a “vivir por Él; como Él y para Él”. “Hagan esto en mi MEMORIA”; esto quiere decir que como Él se dio por nosotros en cuerpo y alma; nosotros también en su MEMORIA (como testimonio) debemos hacer lo mismo. El momento de la CONSAGRACIÓN en la Celebración Eucarística nos recuerda ese compromiso. No debería comulgar aquel que no esté dispuesto a cumplir con ese mandato.
El origen de este “sacramento” (signo sagrado) se inspira en la celebración de la PASCUA JUDIA (Ex. 12,14) donde todos los años el Pueblo de Israel celebra el MEMORIAL de su Liberación del Imperio Egipcio. El MEMORIAL no es un simple recuerdo sino es la “actualización de un hecho del pasado” que se hace presente para ellos cada vez que se reúnen con ese fin. Lo mismo pasa con la Celebración de la Eucaristía para nosotros los Cristianos: Hacemos presente (actualizamos) el “UNICO Y ETERNO SACRIFICIO DE CRISTO”; es decir, se produce en nosotros el efecto de la Salvación si la celebramos con FE.
Al comulgar, no solo recibimos a Cristo Resucitado sino también a todos nuestros hermanos(as) que lo reciben igual que nosotros ya que nos hacemos un solo cuerpo con El; comemos de un mismo PAN y sellamos la Nueva Alianza con su Sangre. Así nuestras Eucaristías serán en verdad “Memorial de la CENA DEL SEÑOR”. AMEN
Pbro. Pablo Urquiaga.
Imagen de Cerezo Barredo
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