por José Antonio Pagola
Vivimos ahogados por las malas noticias. Emisoras de radio y
televisión, noticiarios y reportajes descargan sobre nosotros una avalancha de
noticias de odios, guerras, hambres y violencias, escándalos grandes y
pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo» no parecen encontrar otra cosa
más notable en nuestro planeta.
La increíble velocidad con que se
difunden las noticias nos deja aturdidos y desconcertados. ¿Qué puede hacer uno
ante tanto sufrimiento? Cada vez estamos mejor informados del mal que asola a la
humanidad entera, y cada vez nos sentimos más impotentes para afrontarlo.
La ciencia nos ha querido
convencer de que los problemas se pueden resolver con más poder tecnológico, y
nos ha lanzado a todos a una gigantesca organización y racionalización de la
vida. Pero este poder organizado no está ya en manos de las personas sino en
las estructuras. Se ha convertido en «un poder invisible» que se sitúa más allá
del alcance de cada individuo.
Entonces, la tentación de
inhibirnos es grande. ¿Qué puedo hacer yo para mejorar esta sociedad? ¿No son
los dirigentes políticos y religiosos quienes han de promover los cambios que
se necesitan para avanzar hacia una convivencia más digna, más humana y
dichosa?
No es así. Hay en el
evangelio una llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas
semillas de una nueva humanidad. Jesús no habla de cosas grandes. El reino de
Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan
desapercibido como la semilla más pequeña, pero que está llamado a crecer y
fructificar de manera insospechada.
Quizás necesitamos aprender
de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. No nos sentimos
llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir
poniendo un poco de dignidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo. Un gesto
amistoso al que vive desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está solo,
una señal de cercanía a quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría
en un corazón agobiado... no son cosas grandes. Son pequeñas semillas del reino
de Dios que todos podemos sembrar en una sociedad complicada y triste, que ha
olvidado el encanto de las cosas sencillas y buenas.
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