La FE es un DON DE DIOS; requiere confianza, obediencia y abandono para aquel que la recibe. Ilumina y da seguridad en la vida; es fuerza de Dios para poder cumplir con la tarea que Él nos encomienda. Es necesario ser HUMILDE Y DOCIL para poder obtenerla. La Fe verdadera cambia el corazón y lo justifica ante Dios.
La biblia recoge muchos testimonios de hombres y mujeres de Fe. ABRAHAM es el ejemplo por excelencia; él escuchó la VOZ de Dios y supo responder a su mandato sin tener pruebas ni argumentos humanos (Gen. 12,1-4). Creyó y porque creyó actuó, pues la fe verdadera se demuestra con las obras y no solo con palabras (Stgo.2, 26). Necesario es ORAR para que se mantenga en nosotros y se acreciente; es imprescindible la GRACIA DE DIOS; es decir, su SANTO ESPÍRITU pues sin EL no podremos perseverar en ella.
La FE VERDADERA actúa por agradecimiento y no por interés alguno; no busca recompensas ni dádivas, solo OBEDECE Y permanece FIEL aun en medio de las peores dificultades (como Moisés). Ella nos compromete a ser TESTIGOS, no se acobarda ante las pruebas. El que actúa por Fe no se engríe ni ensoberbece: “Somos siervos, solo hacemos lo que deberíamos hacer”. EL JUSTO VIVIRA POR LA FE.
Somos CRISTIANOS y es por eso que nuestra Fe está basada en la PERSONA DE JESUS DE NAZARETH; confiamos en su PALABRA y no en traiciones humanas y eso nos lleva a ser FIELES A EL por encima de las influencias culturales e incluso “religiosas”. Es su PERSONA y su DOCTRINA lo que nos sostiene y le da razón de ser a nuestras vidas. Por esa Fe auténtica muchos han dado sus vidas derramando la sangre por su causa. Ellos son los mártires, verdaderos testigos de la FE VERDADERA. Seamos como ellos. Amén.
Pbro. Pablo Urquiaga.
Imagen de Cerezo Barredo
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